En un intento por arreglar el desorganizado calendario romano, Julio César añadió meses, los eliminó y luego inventó los años bisiestos. Pero todo el gran proyecto casi se vio frustrado por un error básico de cálculo.
Ya era lo suficientemente confuso cuando las celebraciones de la cosecha llegaban a mediados de la primavera. Era el siglo I a.C. y, según el ritual, para ese tiempo debían haber verduras maduras listas para consumirse.
Sin embargo, cuando los trabajadores miraban los campos, se daban cuenta de que no era así. Pasarían muchos meses antes de poder recoger los frutos, reseña BBC Mundo.
El problema era el primitivo calendario romano, que se había vuelto tan desordenado que las fechas de los festivos anuales más cruciales no tenían relación con el mundo real.
Este sistema sin sentido era algo que Julio César quería arreglar. No fue una tarea fácil. La misión era colocar al Imperio Romano en un calendario alineado tanto con la rotación de la Tierra sobre su eje (un día) como con su órbita del Sol (un año).
La propuesta del emperador terminó siendo el año más largo de la historia.
Era un gran proyecto… y casi fue descarrilado por una peculiaridad de las matemáticas romanas.
Bienvenido al año 46 a.C, mejor conocido como el Año de la Confusión.
No se cuentan los días sin trabajo
Puede que haya sido un año complicado, pero no tanto como el anterior, dice Helen Parish, profesora de Historia en la Universidad de Reading, Reino Unido.
El calendario romano más antiguo estaba determinado por los ciclos de la Luna y los ciclos del año agrícola. Al mirarlo con ojos actuales, es posible que alguien se sienta defraudado.
Sólo tiene 10 meses, comienza en marzo con la primavera, y el décimo y último mes del año es lo que ahora conocemos como diciembre. Seis de esos meses tenían 30 días y cuatro tenían 31 días, lo que da un total de 304 días. ¿Qué pasa con el resto?
“Durante los dos meses del año en los que no se realizaba trabajo de campo, simplemente no se contaban”, explica Parish. El Sol sale y se pone pero, según el antiguo calendario romano, oficialmente no ha transcurrido ningún día.
“Ahí es donde empiezan a aparecer las complicaciones”.
En el año 731 a.C., el segundo rey de Roma, Numa Pompilio, decidió mejorar el calendario introduciendo meses adicionales para cubrir ese período invernal.
“Porque ¿qué sentido tiene un calendario que sólo cubre una parte del año?”, comenta Parish.
La respuesta de Pompilio fue añadir 51 días al calendario, creando lo que ahora llamamos enero y febrero. Esta extensión elevó el año a 355 días.
Sí, 355 días es un número impar. El rey lo hizo a propósito. El número toma como referencia el año lunar (12 meses lunares), que tiene una duración de 354 días.
Sin embargo, “debido a las supersticiones romanas sobre los números pares, se añade un día adicional para obtener 355”, agrega la profesora Parish.
Los meses se ordenaron de tal manera que todos tenían números de días impares, excepto febrero, con 28. “Por lo tanto se considera una época desafortunada y de purificación social, cultural y política”, afirma la experta.
“Así que era el momento en el que intentas hacer borrón y cuenta nueva”.
Fue un buen progreso, pero todavía faltaban unos 11 días para el año solar de 365 días y poco más. “Incluso con este calendario mejorado de Pompilio, es muy fácil que el calendario pierda la sincronización con las estaciones”.
El consejo de Sosígenes
Alrededor del año 200 a. C., las cosas habían empeorado tanto que se observó en Roma un eclipse de Sol casi total en lo que ahora consideraríamos el 14 de marzo, pero que según se registra tuvo lugar el 11 de julio.
“Debido a que el calendario, a este punto, había ido tan catastróficamente mal”, comenta la profesora, el emperador y los sacerdotes en Roma recurrieron a insertar un mes adicional intercalado, Mercedonius, como una forma de alinear el calendario con las estaciones.
Esto no funcionó muy bien. Había una tendencia de añadir a Mercedonius cuando algunos funcionarios públicos estaban en el poder, por ejemplo, en lugar de alinear estrictamente el calendario con las estaciones.
El escritor e historiador clásico Suetonio se quejaba de que “la negligencia de los pontífices hacía tiempo que había desordenado tanto [el calendario], mediante su privilegio de añadir meses o días a voluntad, que las fiestas de la cosecha no llegaban en verano ni las de la vendimia en el otoño”.
Lo que nos lleva de regreso a Julio César.
El año 46 a.C. ya tenía planeado un Mercedonius, pero el asesor de César, Sosígenes, un astrónomo de Alejandría, dijo que este mes adicional no iba a ser suficiente esta vez.
Siguiendo el consejo de Sosígenes, César añadió otros dos meses nunca antes vistos, uno de 33 días y otro de 34, para alinear el calendario con el Sol.
Las adiciones hicieron que el año fuera el más largo de la historia con 445 días de duración y 15 meses.
El problema
Después del 46 a. C., los dos nuevos meses, Mercedonius y la práctica de los meses intercalares en su conjunto fueron abandonados porque, si todo iba bien, ya no habría necesidad de ellos.
“Así que volvemos a un calendario que se parece un poco más al que conocemos”, dice Parish.
Desafortunadamente, lograr que el calendario se alinee con el Sol es una cosa, pero mantenerlo así es otra. El problema surge del hecho de que no hay un buen número redondo de días (rotaciones de la Tierra) en un año (órbitas terrestres del Sol).
“Ahí es donde empieza todo el problema”, dice Daniel Brown, astrónomo de la Universidad de Nottingham Trent, Reino Unido. El número de rotaciones de la Tierra en un viaje alrededor del Sol es aproximadamente 365.2421897… “y así sigue”.
Eso significa que la Tierra realiza casi un cuarto de vuelta adicional cada vez que realiza una órbita completa alrededor del Sol. Por lo tanto, agregar un día adicional cada cuatro años (en febrero) ayudaría a corregir el desajuste, calculó Sosígenes.
Y habría funcionado bastante bien, al menos durante un tiempo, si no hubiera existido el problema de la forma idiosincrásica en que los romanos contaban los años.
“Miran los años y cuentan: uno, dos, tres, cuatro”, dice Parish. “Y luego comienzan a contar nuevamente en cuatro, entonces cuentan cuatro, cinco, seis, siete. Luego comienzan en siete, es decir, siete, ocho, nueve, 10. Así que accidentalmente cuentan dos veces uno de esos años cada vez“.
Esto se corrigió durante el reinado de Augusto y los años bisiestos ocurrieron cada cuatro años en lugar de cada tres. El calendario juliano estaba encaminado.
Podría haber sido el único calendario necesario, si la Tierra hubiera dado un cuarto de vuelta adicional cada año. Pero se quedó algo corto por 11 minutos.
La solución tardía
La solución llegó mucho más tarde, en 1582, cuando el Papa Gregorio hizo más ajustes.
“Eso es lo que luego corrigió la reforma del calendario gregoriano: tomar nota de esto y adaptar ese calendario un poco más, asegurándose de que no solo sea cada cuatro años, sino que luego cada 100 años se aseguren de saltarse esa regla”, dice Brown. “Pero luego notaron que eso no coincide del todo: se ha compensado en exceso. Así que cada 400 años, no se lo salta”.
Por eso, el año 2000 fue bisiesto: porque es divisible tanto por 100 como por 400.
“Todo eso suena realmente limpio y ordenado”, dice Parish, pero aquí es donde la política empieza a dar forma al curso del tiempo. “Es un calendario que se implementa por decreto papal y que en realidad no tiene autoridad fuera de la Iglesia y fuera de los auspicios del obispo de Roma”.
Hubo personas que se quejaron de que el Papa efectivamente les robó 10 u 11 días de su tiempo ajustando el calendario, dice Parish. No obstante, a lo largo de los siglos, cada vez más países adoptan el calendario gregoriano.
“Pero, curiosamente, no todos lo hiceron al mismo tiempo”, dice Parish. “Así que habíamos ordenado el calendario, pero ahora teníamos calendarios en diferentes países que funcionaban con modelos muy diferentes”.
Debido a esta discrepancia, “pudo darse la extraña situación en la que una respuesta escrita en Inglaterra a una carta llegada de España parecía haber sido enviada antes de que llegara esa carta desde España”, sostiene la profesora.
“Porque Inglaterra iba por delante de España en el calendario”. agregó.
Una vez el calendario gregoriano fue ampliamente adoptado y sincronizado internacionalmente, tuvo varios milenios de precisión. Pero todavía no es perfecto.
De hecho, a mediados del siglo 56, “alguien se rascará la cabeza y dirá: ‘Espera un momento, debería ser lunes, pero en realidad parece martes'”, dice Parish. “Creo que probablemente sea un margen de error que terminaremos aceptando”.
Hasta ese lunes (o martes), el calendario gregoriano al menos nos ha dado un poco de tiempo.
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