Antes de que la tecnología más moderna lo confirmara, hubo quienes lo dijeron a través de la palabra. Y en el medio se dieron varios descubrimientos que, con las herramientas propias de su época, sentaron los cimientos para que hoy celebremos el más reciente logro de la arqueología.
Ahora se sabe que un denso conjunto de centros urbanos prehispánicos yace bajo la espesa selva del valle de Upano, en la provincia amazónica de Morona Santiago, a 380 kilómetros al sureste de Quito. Se trata de cinco grandes asentamientos y 10 más pequeños, que se asumen como ciudades, extendidos en una superficie de 300 kilómetros cuadrados, cada uno densamente poblado y con estructuras residenciales y ceremoniales. La datación establece la presencia de al menos cinco grupos humanos, entre ellos primero la cultura kilamope y la upano entre el 500 a. C. y los años 300 y 600 de nuestra era, y luego, tras un periodo de transición, grupos de la cultura huapula entre los 800 y 1.200. En la actualidad, las nacionalidades que habitan esa zona son la shuar y la achuar, aunque también existe gran presencia de colonos, recoge El País de España,
La revista Science, en su número de enero, ha presentado el más reciente artículo científico sobre este tema. Como autor principal figura el arqueólogo francés Stéphen Rostain, director de investigación en el Centre National de la Recherche Cientifique (CNRS) y quien ha trabajado en esa zona desde 1996. Entre los otros ocho autores constan los ecuatorianos Fernando Mejía y Ana Freire. El artículo señala que “los principales núcleos ceremoniales, con plataformas monumentales, plazas y calzadas, son comparables en tamaño a los de otras grandes culturas del pasado, como la mexicana de Teotihuacán o la egipcia de la meseta de Guiza”. Esto apunta a que no solo se trata del entramado urbanístico más antiguo encontrado hasta ahora, sino también del más grande y organizado de la región.
“La característica más notable del paisaje”, dice el artículo, “es el complejo sistema de carreteras que se extiende a lo largo de decenas de kilómetros”. Las ciudades estaban conectadas entre sí por carreteras anchas y rectas, y los barrios y casas por calles bien definidas. Entre las ciudades había, intercalados, campos de cultivo rectangulares, y en las laderas que las rodeaban había terrazas donde se plantaban cultivos como el maíz, la yuca y el boniato. Por lo tanto, una conclusión relevante, que en conjunto con lo anterior contradice la romantizada y a la vez menospreciante idea de la selva virgen, desconectada y azarosa, es que “los habitantes prehispánicos de la Amazonia fueron notables constructores que modificaron intensamente su entorno y cambiaron la morfología de sus territorios y su cubierta vegetal”.
Mirarlo desde el aire
En 2015, el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural de Ecuador (INPC), dirigido en ese momento por la investigadora Olga Woolfson, desarrolló el proyecto Características generales del paisaje cultural arqueológico del valle del Alto Upano, que luego fue conocido simplemente como Proyecto Upano. Su desarrollo fue financiado por la Secretaría de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación (Senecyt), institución de apoyo a la investigación del Gobierno del entonces presidente Rafael Correa.
Un equipo multidisciplinar de 10 científicos de Ecuador, España, Rusia y Argentina, en conjunto con ingenieros del Instituto Geográfico Militar (IGM), realizó ese año la más avanzada fase de la investigación, en términos tecnológicos, sobre este tema: el mapeo de esa porción de la alta Amazonia. Para ello utilizaron la tecnología Lidar (Light Detection and Ranging), un sistema de escaneo láser y medición de la superficie y el interior de la tierra que funciona de manera aerotransportada. Fue de lo que se ocuparon los ingenieros del IGM con tecnología rusa perteneciente a las Fuerzas Armadas de Ecuador.
“Logramos identificar alrededor de 7.500 elementos positivos modificados”, dice Alejandra Sánchéz-Polo, arqueóloga española, profesora en la Universidad de Valladolid, que participó en la investigación. “Eran toneladas de tierra movidas por comunidades prehispánicas para conformar estos montículos que nos están hablando de una estratificación y una complejidad social. Esto ya lo habían visto el padre Pedro Porras [considerado uno de los pioneros en la investigación de la Amazonia] y Ernesto Salazar [arqueólogo] décadas antes, pero lo que no habíamos visto es la cantidad de estructuras que había y que conformaban auténticas ciudades. Kunguints, por ejemplo, es una ciudad inédita que no se conocía hasta que hicimos la investigación y la publicamos el año pasado”.
La publicación a la que se refiere Sánchez-Polo es Un paisaje monumental prehispánico en la Alta Amazonía ecuatoriana: primeros resultados de la aplicación de Lidar en el valle de Upano. Firmado por ella y por la investigadora ecuatoriana Rita Álvarez Litben, se trata de un estudio que recoge los primeros análisis del escaneo láser, y que además inauguró, en junio de 2023, el primer número de Strata, revista ecuatoriana de arqueología y paleontología también surgida en el seno del INPC. “Tuvimos la oportunidad de trabajar todos esos datos y ver toda esa cantidad de estructuras y, efectivamente, publicarlo más tarde, pero como no era Science, no ha tenido este revuelo”, dice Sánchez-Polo.
La información recogida entonces con tecnología Lidar y que en adelante sirvió de base para varios estudios, también vivió su propia secuencia. “El Instituto y varios investigadores solicitaron a la Senecyt la autorización para publicar esos hallazgos, porque había una cláusula de confidencialidad”, explica Daniel González, director de Transferencia de Conocimiento en el IMPC. “A fines de 2020 la Senecyt otorgó el permiso, y a partir de 2021 el Instituto empezó a entregar la nube de puntos y todos los informes a los investigadores de universidades y organismos nacionales e internacionales que los solicitaron”. Entre ellos estuvo Stéphen Rostain.
Una nube de puntos es una representación de coordenadas tridimensional que permite establecer la forma y el tamaño de los objetos que se identifican gracias al escaneo con tecnología Lidar. Así es como se pudo visualizar las más de 7.500 estructuras de las que habla Sánchez-Polo, y cuya basta dimensión y complejidad como sistema, de las cuales se tenía un conocimiento parcial, constituyó ese momento el verdadero gran hallazgo. Entre otros, los números son: 5.415 plataformas, 1.511 colinas truncadas, 260 montículos con cimas redondeadas. Las estructuras son cuadradas, rectangulares, ovaladas, alargadas, en forma de L o compuestas por varios niveles. Hay plazas, plazoletas, terrazas, rampas, terraplenes, fosas y zanjas. Las investigadoras concluyen que la imagen que se tenía sobre el poblamiento del valle de Upano cambió con la identificación de esos macro asentamientos, lo que confirma que fue una zona intensamente ocupada en tiempos prehispánicos que no es igualada por otros asentamientos de la Amazonia.
La arqueología de la investigación
Pedro Porras fue un sacerdote josefino que nació en 1915 en Ambato, en la Sierra centro de Ecuador. Aunque no tuvo una educación formal en arqueología, ha sido considerado el pionero en la investigación de la Amazonia, y hacia mediados del siglo pasado figuraba como una autoridad en la materia en el país. En los años setenta se convirtió en el Director del Centro de Investigaciones Arqueológicas de la Universidad Católica del Ecuador, y llegó a colaborar con importantes instituciones como la American Archeological Society, la Società Italiana di Archeología y la Smithsonian Institution. Aunque con diferentes consideraciones de parte de la comunidad arqueológica local e internacional, sus antiguos trabajos sobre el valle de Upano constan siempre como las primeras referencias.
Sánchez-Polo señala que en 1978, gracias a excavaciones y más trabajo de campo, Porras descubrió unas 200 estructuras en esa misma zona del valle de Upano, a las que denominó Complejo de montículos Sangay. Así documentó al menos 26 conjuntos formados por hasta 23 plataformas organizadas de forma simétrica, con plazas centrales, caminos lineales excavados que unían esos conjuntos, y posibles zanjas de drenaje que terminaban en barrancos. En el artículo de Science, Stéphen Rostain indica que entre esos conjuntos estaba uno de los asentamientos más grandes, justamente el de Sangay. Además, Porras explicó que esos asentamientos se extendían entre el caudaloso río Upano y un afluente menor denominado Huapula. En 1987 recogió esos hallazgos en su célebre obra Investigaciones arqueológicas a las faldas del Sangay.
Pero si por lo general las menciones en materia científica llegan hasta allí, hay quienes rescatan el legado de otro tipo de referencias. “Algo que me parece importante respecto a estos hallazgos recientes es que concreta lo que decían cronistas españoles como Vázquez de Espinosa y Lope de Aguirre”, dice el reconocido arqueólogo ecuatoriano Jorge Marcos. “Vázquez de Espinosa, además de la información recogida por él mismo, dio cuenta de otros estudios sobre la Amazonia en esa época. Por ejemplo, habló de cómo se organizaban los grupos guerreros, de cómo iban los escuadrones de lanza dardos y lanza flechas, y del hecho de que habían largos caminos empedrados”.
Entre mediados del siglo XVI e inicios del XVII, el misionero Vázquez de Espinosa y el cruento conquistador Lope de Aguirre habrían dado cuenta de ciertas dinámicas de vida en esa zona de la Amazonia, datos que a su momento pasaron desapercibidos, pero que al cabo de los siglos podrían significar puntos de interés en el pedregoso encadenamiento de la arqueología.
El eslabón más reciente
Porras murió en 1990, y en 1996 arrancó una investigación binacional financiada por el Gobierno de Francia. El proyecto estuvo liderado por el ecuatoriano Ernesto Salazar y el francés Stéphen Rostain, quien 26 años más tarde figurará como autor principal del artículo publicado en la revista Science.
En el marco de esa nueva investigación, lo que el padre Porras había denominado Sangay pasó a llamarse Huapula para estar en consonancia con las referencias que ofrecieron poblaciones shuar y otros colonos de la zona. Si los análisis con tecnología Lidar permitieron comprender la vastedad de aquellas ciudades que la Amazonia se tragó, las investigaciones de los años noventa, que se extendieron hasta 2003, constituyeron una inmersión determinante en el terreno para obtener indicios relevantes sobre, por ejemplo, el hábitat, la dieta y la antigua actividad volcánica y morfogénesis del valle. Excavaciones a gran escala en plataformas y plazas en dos asentamientos importantes permitieron descubrir suelos domésticos con agujeros para postes, escondrijos, fosas, fogones, grandes tinajas, piedras de moler y huellas de semillas quemadas. Todo ello contribuyó a establecer tres grandes fases cerámicas que corresponden a distintas formas de habitar el territorio, y el análisis de las microhuellas de almidón de maíz encontradas reveló que son idénticas a las que hoy deja la fabricación de la tradicional chicha “masticada”, técnica utilizada por los pueblos ancestrales para fermentar esa bebida.
En los últimos años, otros investigadores ecuatorianos, como los arqueólogos Estanislao Pazmiño y Alden Yépez, han realizado estudios paralelos sobre los mismos sistemas urbanísticos del valle de Upano, pero con menos relevancia que el publicado en Science. “No se podría entender las imágenes de Lidar sin el trabajo de campo que hicimos previamente”, dice Stéphen Rostain. “Actualmente, lo usual es hacer el trabajo con Lidar y luego ir al campo para verificar, pero nosotros lo hicimos al revés porque en esa época no había Lidar. Ahora podemos entender mejor cosas que habíamos visto en el campo, pero que no lográbamos entender del todo, y lo que me ayudó a mí a interpretar las imágenes de Lidar es justamente el trabajo que había hecho antes en el campo”.
Gracias a la suma de tecnologías y a las décadas de estudios que han ido aportando capas de conocimientos, Rostain ofrece importantes conclusiones sobre las dinámicas de organización de esas sociedades. Nunca, dice el experto, una sociedad igualitaria desarrolló el urbanismo: siempre se ha tratado de sociedades estratificadas y jerárquicas. Las carreteras perfectamente rectas, las conexiones con calles, el modelo de distribución de las plataformas indica que necesariamente hubo ingenieros y arquitectos para hacerlo, porque eso no se hace al azar. En ese sentido, la jerarquización significa especialización, y así como había ingenieros debió haber obreros para cavar y construir, y mientras ellos cavaban alguien debió pescar y cultivar y recoger alimentos, al tiempo que alguien más se encargaba del comercio y la organización de ceremonias y rituales. La monumentalidad de esas ciudades perdidas bajo la densa selva de Ecuador ha permitido tener una idea de sus formas de vida, pero, con precaución, Rostain precisa que no se puede hablar en detalle de las proporciones de su organización.
Ahora, luego de que gracias al uso de la tecnología más avanzada se ha podido identificar desde el cielo ese conjunto de estructuras portentosas, para ver hacia adelante la arqueología deberá volver a sus bases: plantarse en el lugar y escudriñar en el interior de la tierra.
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