Papillón fue el primer libro de “mayores” que leí cuando tenía 12 años, recién terminando primer curso del colegio. Me daba curiosidad la imagen de una mariposa de la tapa y me intrigaba la historia desde las vacaciones familiares en Salinas donde visitamos La Chocolatera; mirador donde grandes olas chocan con las peñas y la espuma se eleva como un geiser.
Estando ahí, mi papá recordó la historia de Papillón y contó como este se había fugado lanzándose desde un acantilado, luego de darse cuenta de que después de una serie de olas, la séptima tenía tal fuerza que desataba una corriente de resaca capaz de arrastrar a cualquiera mar adentro. Su comentario fue que el peor escenario para cualquier bañista es que una ola te aleje de la playa y no puedas volver; sin embargo, en ciertas circunstancias de la vida, es justamente un aspecto negativo el que se transforma en algo anhelado, en un vehículo natural hacia la libertad.
Mi intención real con la lectura era llegar al momento de las olas, que tanto me intrigaba. Lo que prácticamente sucedía al final del libro, cuando Henri Charrière (alias Papillón) consigue lo que sería su fuga final. Efectivamente, logra su meta luego de un largo proceso de observación del ciclo de las olas y de lo que sucedía al lanzar un atado de cocos con piedras. Terminada su investigación, Papillón finalmente se lanza al mar desde el acantilado, amarrado a un saco de cocos que él mismo fabricó -y que le serviría de boya para flotar-, con la convicción y esperanza de que la resaca de la séptima ola lo llevaría lo más lejos posible, al menos a un punto de no retorno. De lo contrario, se habría enfrentado a una muerte segura pues las olas lo habrían devuelto y lanzado contra las paredes del acantilado.
Papillón es una historia autobiográfica del protagonista, de sus luchas, fugas, aventuras y hazañas por lograr su libertad. Algo que un juzgado en París erróneamente le privó al condenarle en 1933 a trabajos forzados en la colonia francesa de Guayana, donde pasó de prisión en prisión. Intentó fugarse de todas hasta que finalmente le confinaron al inexpugnable centro de la “isla de la salud”, mejor conocida como la “isla del diablo”, donde Charrière se fugó en 1941 y no lo pudieron volver a apresar.
La historia de la Guayana Francesa como penitenciaria de ultramar viene de fines del siglo XVIII como castigo a presos políticos luego de la Revolución Francesa. En el siglo XIX, Francia decidió seguir el ejemplo de la Gran Bretaña en Australia, estableciendo en la Guayana un sistema similar de colonia penal para trasladar a sus convictos. Los que sobrevivían su pena a trabajos forzados eran libres, aunque con la peculiaridad que no podían retornar a su patria, Francia, pero tenían la opción de ser ciudadanos libres y quedarse en la Guayana para formar una familia y ser parte de una sociedad en calidad de colonizadores y propietarios.
Recién en agosto de 1956, por la presión internacional, sobre todo de la ONU, Francia eliminó el uso de este territorio como centro penitenciario de trabajos forzados. En los 150 años de operación de esta especie de campos de concentración al aire libre, llegaron unos 70.000 convictos. Más de la mitad murió, bien por el salvajismo de los trabajos y las condiciones a los que se vieron sometidos o por enfermedades, como la malaria o la fiebre amarilla. Los reos libres desplazaron a las poblaciones indígenas, impusieron sus costumbres y marcaron el tipo de desarrollo económico y su estatus político actual.
La Guayana Francesa, con cerca de 290 mil habitantes, es la menos poblada de las tres Guayanas. En la capital, Cayena, viven unos 65 mil habitantes de los 120 mil registrados en la zona metropolitana. A diferencia de las otras dos Guayanas, hasta hoy no es un país independiente, sino que tiene estatus oficial de región francesa, pero enclavada en Sudamérica. Al ser territorio francés es oficialmente parte de la Unión Europea y tiene representantes en la asamblea nacional con sede en París.
Un dato interesante es que en la ciudad de Kourou se encuentra la sede del Centro Espacial de la Guayana (CSG, por sus siglas en inglés), instituto propiedad del gobierno francés y operada por la agencia espacial francesa denominada: Centro Nacional de Estudios Espaciales (CNES, por sus siglas en francés). El CSG, es el puerto espacial más importante de Europa desde donde se lanzan todos los cohetes y misiones europeas espaciales, gestionadas a través de la ESA (Agencia Espacial Europea, por sus siglas en inglés), como por ejemplo los del Programa aeroespacial Ariane. Gracias al CSG se impulsó la construcción de carreteras, puertos, la ampliación del aeropuerto internacional, construcción de edificaciones y desarrollo urbano para estar conformes con las condiciones de vida especialmente de los expatriados europeos. El centro da trabajo a aproximadamente 1.700 empleados guayaneses. El resto de la Guayana, por el contrario, enfrenta un creciente desempleo, pobreza extrema, falta de servicios en general y recursos en todos los ámbitos, particularmente en educación y salud.
La historia de Papillón me vino a la mente, al enterarme que, a pesar de la realidad económica y social de la Guayana, al gobierno francés no se le ha ocurrido mejor idea que construir un nuevo centro penitenciario bajo estándares europeos con capacidad para 500 presos y adicionalmente con dos alas de alta seguridad para alojar a 60 narcotraficantes y 15 extremistas políticos, a un costo de 400 millones de euros. Esta penitenciaria moderna va a estar dotada de una infraestructura de punta e incluso servicios médicos, que la propia población guayasense solo podría soñar.
Resulta inconcebible que la mentalidad colonialista francesa se encuentre aun enquistada en su clase política en pleno siglo XXI. Por un lado, una burbuja de bienestar para los europeos del CSG / ESA que ni invierten ni pagan impuestos en la Guayana; y, por otro lado, la realidad nacional de los guayasenses. Mientras en el pasado se extraían de las, hoy en día, excolonias africanas recursos y materia prima, en la actualidad el centro espacial genera beneficios macroeconómicos para Francia y Europa mientras la población local vive en condiciones de franco subdesarrollo.
La Guayana francesa es un caso de colonialismo para Ripley en el que la colonia de ultramar es una región misma del país colonizador. Una región europea con un centro de alta tecnología y prestigio internacional coexistiendo con la población local que no tiene acceso a servicios básicos, pero ahora recibirá una penitenciaria de 5 estrellas. Ojalá la cárcel no se limite solo a reos franceses del continente europeo, sino que den una oportunidad a los franceses de la Guayana que pasarían a mejor vida. De vivir Papillón con seguridad que no quisiera arriesgar su vida fugándose de tal cárcel.
0 comentarios