La parábola de los talentos

Ago 5, 2025

Por Clemente A. Pérez Negrete

Jesús relató una parábola que los gobernantes suelen olvidar: la del amo que entregó talentos a sus siervos antes de partir. No se castigó al que arriesgó y perdió, sino al que enterró lo que tenía. El amo no exigía éxito, exigía coraje. Multiplicar. Intentar. Gobernar un país, entonces, no es custodiar el miedo, sino poner a circular la esperanza.

Y si hay en nuestra historia reciente un ejemplo perfecto de ese siervo que, teniendo mucho, prefirió esconderlo, ese fue Guillermo Lasso. Banquero de profesión, presidente por voluntad popular, llegó al poder con capital político, técnico, financiero y simbólico. Y sin embargo, enterró sus talentos bajo la tierra del cálculo, la omisión y el miedo a decidir. Gobernó como si administrar un banco bastara para salvar un Estado. Y el país, que necesitaba reformas, liderazgo y visión, recibió en cambio indiferencia, fragmentación y parálisis. Fue el presidente del silencio cuando se requería carácter.

Ecuador vive una crisis que no es solamente económica ni institucional: es una crisis de dirección. Como advirtió Julio Ligorría en Crisis: la administración de lo inesperado, el verdadero peligro no es el caos, sino la falta de estrategia para enfrentarlo. El país no necesita orden, necesita brújula. Y no cualquier brújula: una que apunte al talento. Una que entienda que el liderazgo no se mide por presencia en redes ni por control del relato, sino por la capacidad de convocar inteligencias diversas hacia objetivos comunes.

El actual ciclo de gobierno tiene una ventaja que pocos regímenes han disfrutado en los últimos años: tiempo. Sin elecciones inmediatas, sin chantajes parlamentarios, sin coartadas populistas. Tiene la oportunidad histórica de formar una generación de liderazgo republicano, y sin embargo, corre el riesgo de ahogarse en su propio perímetro, rodeado de operadores tácticos, no de constructores de Estado.

El Ecuador tiene talentos. Lo que no tiene es un proyecto que los convoque. Ha producido pensadores, técnicos, juristas, estrategas, académicos, reformadores institucionales. Pero muchos de ellos hoy están en el exilio —físico o simbólico— porque el poder no los llama. Porque el sistema sigue premiando la lealtad por encima de la capacidad. Porque el poder teme a quienes piensan demasiado.

Y mientras tanto, Guayaquil. La ciudad que alguna vez marcó el paso del país. Que dictaba estilo, imponía tono, proyectaba autoridad. Hoy es víctima de una gestión sin visión. Tiene recursos, sí —y no pocos— pero no sabe qué hacer con ellos. La inseguridad se convirtió en ornamento, la informalidad en paisaje, y la política en eco de sí misma. No hay hoja de ruta, no hay apuesta urbana, no hay dirección. Se gobierna como si bastara transmitir, no transformar.

Y Quito no se queda atrás. La capital del país sufre una parálisis igual o peor. Lo paradójico es que la ciudad está bajo el mando de Pabel Muñoz, quizá el cuadro más intelectual que ha producido la Revolución Ciudadana. Y sin embargo, su gestión es penosa. Quito tiene historia, altura, instituciones. Pero hoy sobrevive atrapada entre discursos anacrónicos, decisiones erráticas y una total falta de planificación. Otra ciudad con talento desperdiciado. Otra oportunidad perdida por quienes confunden academia con acción, y poder con micrófono.

Aquí no hay parábolas que salvar: hay talentos desperdiciados. Guayaquil y Quito merecían más. Merecían ambición urbana, planificación territorial, reinvención cultural. Merecían administración, no exposición. Merecían ideas, no excusas.

La pregunta que debe hacerse todo dirigente serio —en el Ejecutivo, en una alcaldía, o en el sistema judicial— es simple pero ineludible: ¿qué estamos haciendo con los talentos que nos fueron dados? No basta con resistir, con mantenerse, con agradar. Hay que multiplicar. Hay que proyectar. Hay que tener el coraje de elevarse por encima del ruido.

El Ecuador no puede seguir enterrando a sus mejores cuadros. Ni resignarse al funcionariado de ocasión, ni a la política del like, ni a la alcaldía del efecto. Necesita estadistas, no influencers. Gobernantes con noción de historia. Administradores que entiendan que el tiempo es más exigente que las encuestas, y que la verdadera autoridad no se impone: se construye con inteligencia, coherencia y carácter.

Ser gobierno es asumir el juicio del tiempo. Y el tiempo, como Dios, no pregunta cuántos cargos ocupaste, sino cuántas cosas hiciste florecer.

Porque el verdadero juicio —el único que importa— no vendrá de las urnas ni de los sondeos.

Vendrá del tiempo.

Y el tiempo no perdona a quienes, teniendo talento, eligieron esconder.



1 Comentario

  1. Ecuador necesita líderes con coraje y visión. Guillermo Lasso enterró su talento, gobernando con miedo. Guayaquil y Quito reflejan gestiones sin rumbo, que casualidad que los dos sean de la RC5. El país tiene talento, pero el poder lo margina. No basta resistir: hay que multiplicar. El tiempo juzgará a quienes, teniendo capacidad, eligieron no actuar.

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