Parece, tantas veces, que el propósito es perder el tiempo. Hacerlo deliberadamente a fin de que lo importante sea postergado. Sobre todo, que, con lo intrascendente, pero bullanguero, mantener distraído y ocupado al pueblo, es decir, olvidado de sus más urgentes necesidades y de sus soluciones para vivir mejor. De todas las formas, parece que a los asambleístas no les interesa cumplir a cabalidad con sus tareas.
Que el parlamentario más joven, perteneciente a las filas gobiernistas, se haya distraído alrededor de minuto y medio haciendo dibujos mientras la Comisión de Transparencia, de la que forma parte, discutía temas relacionados con Progen, por su total incumplimiento con el contrato de instalar 150 megavatios de energía eléctrica, se convirtió en casi-casi un asunto de Estado. Severas censuras, pedido de sanciones, encuestas, etcétera, provocó esa actitud, cuando en realidad “semejante falta” era solo una banalidad, sobre la cual no había que perder ni siquiera un solo minuto: tenerla como anecdótica, reírse de ella, decirle que es mejor poner atención y aprender, y que procure no abonar al desprestigio de la legislatura. ¡Nada más!
Su distracción juvenil no es más ni menos comparada con las absolutas desatenciones que se registran con los teléfonos móviles, las selfis que a cada rato se hacen, las intervenciones mal leídas, los incoherentes y risibles discursos improvisados, los textos mal escritos y con ortografía para llorar (como la supuesta carta escrita por Fito), los bostezos y dormidas profundas, en fin… Al español Camilo José Cela, Premio Nobel de Literatura, siendo senador y cabeceaba durante una sesión, se le atribuye lo que sigue: un colega le reclamó diciéndole: “Usted está dormido” y él le respondió “no estoy dormido, estoy durmiendo”. “Es lo mismo”, le dijo su reclamante, y Cela no dudó al contestar: “No. Son cosas distintas, porque No es lo mismo estar dormido que estar durmiendo, de la misma manera que no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo”. El tema quedó solo para la anécdota.
La Asamblea no puede perder su tiempo en cosas insignificantes, triviales e irrelevantes. Grave sí es, cambio, que parientes cercanos del joven legislador constaran en el listado de empleados de la Asamblea, y lo mismo suceda con familiares de otros. Pero, además de la responsabilidad de los culpables en la inmoralidad y en la prohibición expresa de no emplear a familiares, está también la de las autoridades de la Asamblea que permiten que esto suceda, que se hacen de la vista gorda, que transfieren a otros su inconducta y hasta dicen no tener tiempo para conocer a todos ni saber quiénes han sido contratados. Basta de quedarse en las nimiedades; vuelvan honorables y confiables sus funciones. Eso es lo sustancial.
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