Benitín era el primer perro que tuvimos en la casa de mis padres. Según cuenta la leyenda familiar fue el regalo de una prima paterna cuando yo nací. Benitín era oriundo de una hacienda cerca de Ambato, tenía el pelaje rizado de color negro y gris. Benitín no era de raza definida, parecía tipo poodle francés, como casi todos los perros del barrio que eran tipo algo: tipo pastor alemán, tipo bóxer, tipo retriever todos ellos sin pedigrí alguno, puro producto nacional. El único perro, bueno perra, con papeles y pedigrí que conocí en ese entonces se llamaba Hilde. Esa sí era un verdadero poodle de pelaje blanco, su dueña era la señora Holstein, que emigró de la Alemania nazi y vivía en el departamento de atrás de nuestra casa. Benitín nunca tuvo chance ni de acercarse a Hilde, más que por ambateño por negro.
Los otros, los perros callejeros por el contrario no tenían tipo, eran de raza indefinida, no se parecían a nada, eran aborígenes, runa mezclado con de la calle. Recios. Si se encontraban con un perro desconocido que se había salido de una casa, nada extraño, era pelea segura.
Benitín era un perro bonito, inteligente, muy leal y protector. En ese entonces, en todas las casas del barrio La Mariscal, había por lo menos un perro. No era necesario el cártel de “Cuidado, perro bravo”, porque todos eran bravos y patrullaban el jardín y el patio de la casa. Uno entraba a la casa de los vecinos siguiendo la invitación del dueño con la confianza que infundía la promesa de “entra no más, que no hace nada” y si el perro no dejaba de ladrar el dueño lo callaba por su falta de modales, de ser necesario, con métodos poco ortodoxos.
El perro junto a El Sereno eran parte del sistema de seguridad y alarma del Quito en la década del 60. El Sereno caminaba patrullando cada calle del barrio tocando un silbato, anunciando su presencia. Cada que entonaba su silbato se desataba el coro de ladridos de todos los perros, concierto que podía durar hasta 10 minutos, tiempo en que se iba desperdigando y acallando como el eco.
El perro comía en el mejor de los casos una sopa hecha para él, caso contrario todos los restos de la comida y todo tipo de huesos. Los perros no eran veganos ni había ningún tipo de alimento balanceado. Peor peluqueros para perros y mucho menos estilistas no se diga de psicólogos o de niñeras para perros. Los veterinarios que se ocupaban de mascotas eran muy contados.
Como todo, esta realidad canina fue cambiando con el tiempo. En los últimos años, en mis paseos matutinos hacia el parque Metropolitano en Quito me cruzaba a eso de las 5:30 am con un muchacho que recolectaba en los edificios a lo largo de la Av. República del Salvador entre 6 a 8 perros; unos 10 minutos más tarde, subiendo por la calle Bossano bajaba un señor con unos tres o cuatro perros pequeños.
Un día de esos que salí más tarde y cambié de ruta, me encontré en el parque La Carolina con el muchacho que paseaba 8 perros de diferentes razas. Me parecía inaudito que entre la jauría había perros decididamente no compatibles a mi entender, el uno tenía un pelambre que parecía hippie incluso pantalones acampanados, pero actitud aristocrática, me explicó que era un galgo afgano. Llevaba además un labrador, un pastor alemán y un bóxer. El resto variaba, todos de raza, pero mucho más pequeños, el más pequeño era un yorkshire.
Me contó que se definía como entrenador y canguro canino (un niñero o cuidador de perros) y que se había iniciado en España y cuando volvió enseguida encontró clientes en Quito. Recogía todas las excretas de los perros y luego las depositaba en el siguiente basurero público. Su ronda matutina duraba una hora y media desde que recogía los perros y los devolvía. Ofrecía con su socio dos turnos más, pero el más demandado era el matutino. Me enteré también que un lavado, corte de pelo y uñas del galgo afgano costaba tranquilamente más de US$ 120. También supe por el “canguro canino” que la mayoría de los perros a partir de los 8 a 10 años sufren de muchos problemas salud, sobre todo al corazón, rodillas, cataratas, displasia de caderas y así, siendo recomendable por lo menos 2 visitas anuales al veterinario para que también les ajuste periódicamente la dieta.
A esta presencia canina de raza, se han sumado los que tienen y sacan de paseo a perros potencialmente peligrosos como los rottweiler o los pitbull, en los que el dueño se ve que no está en capacidad ni física ni psicológica de manejar tales animales y que en esta relación el inteligente es claramente el perro. Frente a estos perritos el sentimiento que acompaña al transeúnte es el de indefensión. Contrariamente al canguro canino que aun cuando bloquea la vereda con su jauría sin embargo la tiene bajo control.
Se puede argüir que en otras sociedades tienen tigres como mascotas. Cierto es, EE.UU. tiene la mayor población cautiva con unos 5.000 ejemplares, 60% más que los tigres salvajes (3.100) que viven en India. Bueno, los animales que tienen de mascota a un tigre son un caso para los animalistas y la ciencia y no merecen más comentarios.
Perros pequeños como mascotas no ha sido inusual en la historia de la humanidad, originalmente limitado a la aristocracia y extendido con el tiempo a ser compañía de personas mayores. Sin embargo, tener perros grandes cautivos en un departamento sin darles el tiempo que se merecen, desde mi óptica raya en el maltrato animal. A pesar de tanta inversión en su cuidado y apariencia, no me parece raro que enfermen por la vida sedentaria a la que están sometidos, pero también por esa obsesión de humanizar su comportamiento animal, anulando su esencia hasta convertirlos en un adorno de casa, pero viviente. No es que por default todo tiempo pasado fue mejor, pero en la actualidad probablemente estos animales humanizados no saben si son perros, perras o perres o tal vez perros y perras No Binarios. Que vida mas de perres!
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