“Tal vez lo haga. Tal vez no. Nadie sabe lo que voy a hacer”. Con esa frase ambigua y provocadora, Donald Trump respondió semanas atrás cuando le preguntaron si Estados Unidos se uniría a Israel en un ataque contra Irán. Luego hizo lo que parecía haber descartado: ordenó un bombardeo. No es un desliz, es parte de una estrategia.
A lo largo de su segundo mandato, Trump ha convertido su carácter impredecible en una herramienta política deliberada, tanto para la política interna como para las relaciones internacionales. Es el corazón de lo que muchos analistas ya llaman la “Doctrina de la Impredecibilidad”, una forma de ejercer poder que recuerda a la llamada “teoría del loco” que Richard Nixon usó en la Guerra Fría: actuar como si uno fuera capaz de cualquier cosa para forzar concesiones, reseña la BBC Mundo.
Pero mientras Nixon calculaba con frialdad esa imagen, con Trump no está del todo claro si se trata de una estrategia bien diseñada o simplemente una extensión de sus rasgos más conocidos: temperamento volátil, gusto por la confrontación, desdén por las formas diplomáticas y obsesión por la imagen de fuerza.
El resultado es una política exterior profundamente personalista y centralizada, comparable a la de Nixon, según Peter Trubowitz, profesor de la London School of Economics. “Las decisiones están determinadas por su temperamento”, afirma.
La consecuencia: aliados desconcertados, adversarios cautelosos y un sistema global que parece moverse al ritmo de los impulsos de un solo hombre.
Ataques, insultos… y recompensas
Trump ha reconfigurado las alianzas tradicionales a base de halagos, amenazas y desprecio abierto. Ha insultado a Canadá, propuesto anexar Groenlandia, cuestionado el compromiso de defensa mutua de la OTAN, y filtrado mensajes privados que revelan el menosprecio de su entorno hacia los líderes europeos. “Comparto completamente su asco por los europeos gorrones”, escribió su secretario de Defensa Pete Hegseth en un mensaje filtrado.
Pese a eso, muchos líderes han optado por la vía de la adulación para mantenerlo de su lado. Mark Rutte, secretario general de la OTAN, le escribió: “Lograrás algo que ningún presidente ha hecho en décadas”. Resultado: en solo unos meses, casi todos los países de la OTAN han acordado elevar su gasto militar al 5 % del PIB, una cifra inédita desde la Guerra Fría.
La impredecibilidad también busca doblegar a los adversarios, pero ahí sus resultados son más discutibles. Vladimir Putin parece inmune a los arrebatos de Trump, y lo mismo podría decirse de Irán. Lejos de disuadir, el ataque sorpresa contra instalaciones nucleares iraníes podría haber acelerado la carrera armamentista. Analistas como el profesor Michael Desch afirman que ahora es “altamente probable” que Irán busque desarrollar un arma nuclear, siguiendo el ejemplo de Corea del Norte.
La estrategia tampoco garantiza un éxito duradero. Volodymyr Zelensky, presidente de Ucrania, fue reprendido por Trump y JD Vance en la Oficina Oval. Días después, accedió a ceder derechos de explotación minera a EE.UU. ¿Una victoria táctica o una relación basada en la presión y el desequilibrio?
El costo de la impredecibilidad
La doctrina de Trump está generando un efecto colateral: la desconfianza estructural hacia Estados Unidos. “Las personas no querrán entrar en negociaciones con un país que puede cambiar de postura sin aviso”, señala Julie Norman, del University College London. Y esa incertidumbre ha llevado a Europa a replantearse su relación con EE.UU.
Friedrich Merz, canciller alemán, ha dicho que Europa debe volverse “operacionalmente independiente”. Los expertos coinciden: eso implica construir una industria de defensa autónoma, multiplicar el personal militar y reducir la dependencia de la inteligencia y tecnología estadounidenses. Será un proceso largo, pero ya está en marcha.
Trump no busca destruir el orden creado tras la Segunda Guerra Mundial, según algunos analistas, sino reconfigurarlo a favor de EE.UU. y en contra del ascenso de China. Sin embargo, esa redefinición implica que las prioridades ya no son compartidas entre ambas orillas del Atlántico. Mientras la Europa post-Ucrania sigue viendo a Rusia como la principal amenaza, el trumpismo está enfocado en contener a China, dice el medio británico.
La paradoja de la impredecibilidad trumpista es que puede terminar siendo predecible. Si todos saben que Trump valora la adulación y la victoria inmediata sobre la estrategia a largo plazo, entonces deja de ser una amenaza inesperada. Se vuelve una fórmula conocida.
Aun así, su efecto es tangible. Los aliados han cambiado políticas y aumentado sus presupuestos de defensa. Los adversarios ajustan sus estrategias. Y el mundo, entre el desconcierto y la resignación, acepta que la personalidad de un solo hombre —y su caos controlado— puede redefinir el orden global.
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