Hablar de periodismo siempre es oportuno, tanto más si cada día se vuelve una tarea más compleja, si cada día enfrenta retos por los acosos gubernamentales democráticos y dictatoriales, por la Internet y todo lo que lleva y trae, por la inteligencia artificial y por más. Pero, asimismo, hablar de periodismo es hacerlo sobre la “profesión más linda del mundo”, como la identificó García Márquez, es decir que se trata del ejercicio de la verdad, que justifica y escuda su actividad en la contribución que realiza al progreso social; que rechaza ese feo rumor de que hay como fiarse de dos actividades: la de la banca que maneja el dinero de los clientes y la del periodista y medios de comunicación que manejan la información y opinión de la gente.
Aun reconociendo la vertiginosa evolución que experimenta el periodismo y su obligación de adaptarse a las nuevas tecnologías y hábitos de consumo de información, eso no cambia el concepto del ‘ejercicio de la verdad’ y su rígida práctica en los medios convencionales, en los ámbitos institucionales o en lo puramente digital. Los hechos sólo pueden cambiar si quien los revela, de modo propio o por tercera persona, natural o jurídica, los altera y eso, claro, afecta gravemente a la ética y, sobre todo, al conglomerado social. La información es un derecho que pertenece a todos los seres humanos, sin excepción ni distingos de naturaleza alguna, sólo que a los periodistas se los ha privilegiado con la delegación para buscarla, procesarla, contrastarla, contextualizarla y trasmitirla. No se debe, entonces, devolver la confianza con engaños y truculencias.
Cierto es que la Internet, las redes, la inteligencia artificial, acosan, seducen, envician, viralizan. Se dice ahora mismo que todos “somos periodistas”, pero en la realidad no es así. Umberto Eco, filósofo y escritor italiano, en su novela ‘Número cero’, formula una severa crítica al rol de los medios y de los periodistas. Lo hace a través de un editor que crea un periódico que nunca se publica, sin embargo, hace de él una maquinaria efectiva para la mentira y la manipulación. Se sirve de este medio para intimidar y chantajear a sus adversarios. En entrevistas concedidas alrededor de esta novela, Eco no acepta, tampoco niega, que el texto haga referencia a Silvio Berlusconi, poderoso empresario de medios; anota que en ‘el fango’ pueden reflejarse tantos más y que “la crisis del periodismo es un problema muy grave e importante”, tanto que el periódico ha dejado de ser “la oración de la mañana del hombre moderno”. Ante el vendaval de las redes recomienda hacer una crítica cotidiana de la realidad virtual; mirar qué dice, que cosas falsas difunde; no convertirse en portadores de noticias vacías; asumir la responsabilidad de preparar y entregar noticias acreditadas.
Como el papa Francisco, que no tuvo empacho en decir que a “cierta prensa le gusta la coprofagia”, pero que medios y periodistas son esenciales e irremplazables, Eco sostiene que “la prensa todavía es garantía de democracia, de libertad, porque la pluralidad ejerce una función de control”, pero enfatiza que “los medios que funcionan como si la red no existiera, están condenados a morir”. Es necesario tenerlo presente. En fin, corresponde, ser más cuidadosos en el funcionamiento de los medios y en el ejercicio periodístico, sea cual fuere el ámbito en que toque desempeñarse, sin olvidar que, si esta es “la profesión más linda del mundo”, lo único que cabe es probar en todo momento que no se trata tan solo de una frase bonita, sino que es una verdad irrefutable y que de esa forma no hay peligro de muerte.
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