A diferencia de otras regiones del mundo, América Latina no cuenta con países que posean armas nucleares. Esta situación, que muchos consideran un ejemplo de cooperación regional en materia de seguridad, se consolidó a mediados del siglo XX como respuesta al creciente temor mundial ante la proliferación de este tipo de armamento.
Durante la Guerra Fría, el planeta vivió bajo la amenaza constante de un conflicto nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética. A ese panorama se sumó la preocupación de que otras naciones o incluso grupos terroristas pudieran desarrollar o adquirir armamento atómico. Frente a este riesgo global, surgieron diversas iniciativas para contener su expansión.
Una de las primeras fue lanzada por el entonces presidente estadounidense Dwight Eisenhower en 1953 bajo el nombre de “Átomos para la paz”. Esta propuesta ofrecía acceso a tecnología nuclear con fines pacíficos a aquellos países que se comprometieran a no desarrollar armas nucleares. Poco después, en 1957, se creó el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), dependiente de las Naciones Unidas, con el objetivo de supervisar el uso pacífico de esta tecnología.
Sin embargo, el paso más significativo en la materia fue el establecimiento del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) en 1968, que buscó frenar la expansión del armamento nuclear y sentó las bases para una cooperación internacional supervisada. A la par, América Latina tomó su propia iniciativa.
En 1967, con la firma del Tratado de Tlatelolco, los países de la región se comprometieron a mantener el continente libre de armas nucleares. Este instrumento pionero convirtió a América Latina y el Caribe en la primera zona densamente poblada del mundo en adoptar este tipo de compromiso, incluso antes de la entrada en vigor del TNP. El tratado fue ratificado por todas las naciones latinoamericanas y sigue siendo un modelo de no proliferación reconocido a nivel internacional.
Así, mientras potencias de otras regiones del mundo desarrollaron sus arsenales nucleares, América Latina optó por una vía diplomática y pacífica, apostando por el desarrollo científico sin fines bélicos. Hasta hoy, este enfoque se mantiene como un referente de desarme regional, en contraste con las tensiones nucleares que persisten en otros lugares del planeta.
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