¡Los ‘niños sicarios’, mis ovarios!

Jun 18, 2025

Por María Verónica Barreiros

Cada vez que ocurre un hecho violento protagonizado por un menor de edad, no faltan las voces que, con tono condescendiente, corren a recordarnos que es solo un “niño”. Y empieza entonces la letanía de justificaciones, los discursos buenistas, el “pobrecito, nació pobre”, y la insistencia en convertir al victimario en víctima. ¡Pues no!

Tomemos como ejemplo al sicario de Miguel Uribe, senador colombiano. Dicen que tiene 14 años (aunque el guambra se veía bien desarrollado). Supongamos que sí los tiene. Este muchacho vivía en un barrio de clase media, en un conjunto con seguridad privada. Tenía acceso a todos los servicios propios de su entorno y estaba inscrito en un colegio, aunque decidió abandonarlo. De pobreza real, nada.

Incluso participó durante un tiempo en uno de esos programas de caridad que tanto le gustan a los gobiernos de izquierda, financiados con dinero público. Recibía cerca de dos millones de pesos colombianos (unos 500 dólares) como incentivo para mantenerse alejado del crimen. ¿Y qué hizo con esa oportunidad? Nada. Lo abandonó.

El doctor Laurent Lemosson, experto en derecho público y ciencias políticas por la Universidad de París, desmonta con datos la idea —tan instalada— de que la pobreza genera delincuencia. Según su investigación, la correlación entre pobreza y crimen no implica causalidad. De hecho, argumenta que ocurre más bien al revés: es el crimen el que genera pobreza, al desalentar la actividad económica legítima e infundir miedo en quienes pueden generar empleo.

Un estudio del Departamento de Investigaciones Jurídicas de la UNAM respalda esta tesis con datos de México. Sus cifras muestran que el núcleo duro de la delincuencia —responsable de la mitad de los delitos— no está marcado por la falta de recursos, sino por rasgos de carácter que se manifiestan desde la infancia.

Pero en cuanto se conoce la edad del delincuente, ciertos abogados y activistas corren a justificar su conducta diciendo que “no tuvo opciones”. El estudio de la UNAM advierte que, cuando se niega la capacidad de elección del criminal, se le convierte en un simple objeto de manipulación con fines benéficos. Es ahí donde se le otorga simultáneamente el papel de víctima y victimario.

Quien delinque debe ser plenamente responsable de sus actos, y así debe ser juzgado. El buenismo de algunos sectores de la sociedad —incluidos jueces— ha hecho que estos jóvenes criminales se conviertan en fichas valiosas para las bandas. ¿Por qué? Porque saben que, por ser menores de edad, no se les puede tocar. Y eso los vuelve aún más peligrosos.



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