Quito, la capital de los contrastes, no solo lucha contra el tráfico, los baches y la inseguridad, sino también contra una administración que parece más interesada en protagonizar una tragicomedia política que en gobernar con sentido común. En este teatro de lo absurdo, el personaje principal es el alcalde Pabel Muñoz, quien hoy enfrenta un proceso de Revocatoria del Mandato. La iniciativa, impulsada en agosto de 2024 por el abogado Néstor Marroquín, comenzó a causarle estragos al burgomaestre en marzo del 2025, con la entrega oficial de formularios para la recolección de firmas, es ahí cuando el barco empezó a hundirse… y Pabel, a sudar.
Desde entonces, el alcalde no ha escatimado esfuerzos —ni recursos públicos— en su cruzada ANTI-REVOCATORIA. En un despliegue de creatividad dudosa y estrategia comunicacional francamente ridícula, ha convertido a la ciudad en su campo de batalla personal. ¿Y cómo lo ha hecho? Pues como todo político desesperado: usando dinero del pueblo para pagarle a influencers que, con una sonrisa forzada y un guion prefabricado, intentan convencer a los quiteños de que viven en el paraíso… aunque cada vez que salen a la calle, la realidad les grite lo contrario.
Como si eso no bastara, llegó la famosa fiesta de Pabel —una celebración digna de emperadores—, donde entre luces, discursos vacíos y mucha “autocomplacencia”, se intentó maquillar una gestión que cada día se desmorona más. Pero lo mejor estaba por venir: en una jugada que raya en el capricho, el Municipio decidió apropiarse del Estadio Olímpico Atahualpa. ¿La razón? Oficialmente, un problema legal con la Concentración Deportiva de Pichincha. Extraoficialmente, un berrinche político más. Porque claro, cuando no se puede controlar la recolección de firmas, hay que distraer con cualquier otra cosa.
¿Y la socialización previa a hacer semejante movida digna de un “estratega político”? Bien, gracias. ¿La transparencia? Brilla por su ausencia. Porque ni una palabra se dijo sobre los motivos reales para arrebatarle el estadio a su anterior administrador. No hubo anuncios ni explicaciones convincentes, peor una planificación, solo una decisión apresurada, tomada al calor de los nervios que provoca ver cómo crece el número de firmas que piden su salida. Es como si, en lugar de apagar el fuego, Pabel y su equipo decidieran regarlo con gasolina.
Ahora analizándolo más a profundidad ¿Cuántos predios más entregados en donación deberían ser retirados? Pero de eso solo tenemos el silencio de nuestras autoridades, porque ahí si no están sobre la jugada los “listillos concejales” anti-Quito.
Y es que cada una de estas movidas revolucionarias, lejos de calmar las aguas, avivan la tormenta. No solo profundizan el desprestigio del Municipio y del propio Pabel Muñoz, sino que representan un desperdicio de recursos, que en manos de un buen administrador serían dineros utilizados en una gestión encaminada a la eficiencia, cumpliendo la ejecución presupuestaria que se merece nuestra Capital.
Así, cada paso en falso, cada error no forzado, se convierte en una nueva firma para la revocatoria. El colectivo Chao Pabel no necesita hacer mucho: solo observar cómo el alcalde se sabotea a sí mismo con precisión quirúrgica. Irónicamente, sus propios asesores parecen ser sus peores enemigos que le ayudan a navegar un barquito de papel con rumbo directo hacia el olvido.
Cuando tu enemigo se equivova, no lo corrijas.