Los voceros han sido figuras constantes en la política y el gobierno. Son quienes enfrentan preguntas difíciles y aparecen en las noticias, ya sea celebrando logros o justificando derrotas. Son quienes dan la cara cuando los actores principales prefieren permanecer callados o en la sombra.
Pero ser vocero es, ante todo, un trabajo técnico. Requiere habilidades de comunicación, claridad para expresar ideas, dominio del lenguaje verbal y no verbal, y capacidad para responder de forma eficaz y estratégica.
En Ecuador, la figura del vocero gubernamental no existía de manera formal. Rafael Correa recurrió a Mónica Chuji —lideresa kichwa— al inicio de su mandato, aunque su presencia fue breve. Lo mismo ocurrió con Lenín Moreno, cuyos voceros no oficiales fueron Augusto Barrera y Juan Sebastián Roldán, en su calidad de secretario general de Gabinete. Guillermo Lasso nombró oficialmente a Carlos Jijón, quien duró poco más de cinco meses en el cargo. Ahora, Daniel Noboa ha reactivado la figura al inicio de su gobierno, designando a Carolina Jaramillo Garcés como vocera presidencial.
Sin embargo, desde su primera aparición, Jaramillo mostró señales poco alentadoras sobre cómo ejercerá el cargo. Si bien su intervención durante el acto de presentación no fue un desastre —como algunos señalaron—, su falta de experiencia fue evidente. En lo formal, se notó un tono monótono al leer anuncios, dificultades para responder con fluidez y precisión, uso reiterado de frases predefinidas y presencia de muletillas. Detalles que, en este rol, no deberían pasar desapercibidos. En cuanto al fondo, hubo deficiencias en la redacción del mensaje —“es la información que tengo y nada más”—, ausencia de datos clave y dependencia excesiva de apuntes para comunicar información que debería manejar con naturalidad. Un vocero no solo transmite lo que le indican: debe comprenderlo y dominarlo conceptualmente. No es un lector de comunicados ni un escudo que protege al presidente o a sus ministros. Si esa es la visión del Gobierno sobre lo que implica una vocería, la figura está —una vez más— destinada al fracaso.
Jaramillo es la responsable de comunicar las acciones del Gobierno a la ciudadanía, representada especialmente por la prensa. Sus palabras expresan decisiones y valores institucionales. Por eso preocupa el tono que utilizó en redes sociales para referirse al periodista Martín Pallares. Más allá de simpatías personales, su rol exige que cada declaración refleje el pensamiento del Gobierno. Y nunca será aceptable que una funcionaria insulte a un periodista.
La vocería es fondo y forma. Forma, porque de ella depende la claridad del mensaje. Fondo, porque ese mensaje debe expresar la conciencia del Gobierno. Habrá que ver si esa conciencia está alineada con los intereses de los ecuatorianos o si la vocera ha sido designada solo para evitar que el presidente dé la cara por sus decisiones.
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