A propósito del estreno de la exitosa adaptación de El Eternauta, basada en la historieta escrita por Héctor Germán Oesterheld, con ilustraciones de Francisco Solano López, publicada en 1957, en la que, en un escenario postapocalíptico tras una invasión alienígena, se pone al centro de la narrativa al héroe colectivo, vale la pena hablar precisamente de lo que implica la unidad para enfrentar situaciones difíciles.
América Latina tiene muchos ejemplos del héroe colectivo. Ahí están, por ejemplo, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, quienes enfrentaron el autoritarismo y nunca dejaron de reclamar y buscar a sus seres queridos desaparecidos durante la dictadura argentina, convirtiéndose en un movimiento colectivo y en referente mundial de la lucha por los derechos humanos. Cabe anotar que el propio Oesterheld, autor de El Eternauta, fue detenido y desaparecido por esa misma dictadura, al igual que sus cuatro hijas.
Otro ejemplo conmovedor se da en México con las Madres Buscadoras y los Guerreros Buscadores de Jalisco. Frente a las desapariciones —principalmente de mujeres, víctimas de una violencia estructural exacerbada por el crimen organizado, el narcotráfico y la casi nula respuesta de las autoridades—, se fue forjando un grupo de madres buscadoras: mujeres sencillas, de escasos recursos, que llegaron incluso a aprender a reconocer restos humanos y a volar drones para localizar fosas comunes y encontrar a sus familiares. Su labor se ha extendido más allá: hoy se trasladan a diferentes lugares del país para, en un ejercicio de profunda solidaridad, buscar también a los hijos, nietos y nietas de otras familias, haciendo el trabajo que le corresponde a la Fuerza Pública y a la administración de justicia.
Fruto de su incansable trabajo, se sumaron muchas más personas a esta causa, conformando diversos grupos de búsqueda. La tenacidad de las Madres Buscadoras y de los Guerreros Buscadores de Jalisco llegó al punto de descubrir, en marzo de este año, un “campo de adiestramiento” del Cártel Jalisco Nueva Generación, donde víctimas de reclutamiento forzado fueron asesinadas y sus cuerpos cremados en hornos. Este lugar fue denominado por varios medios de comunicación como el Auschwitz mexicano. Gracias a su esfuerzo, cientos de familias han logrado establecer qué ocurrió con sus seres queridos, pues allí se encontraron zapatos, mochilas y prendas de vestir que pudieron ser reconocidas, poniendo fin al suplicio de buscar a los suyos sin respuestas y a poner en evidencia estos hechos atroces.
Otro ejemplo de solidaridad y de heroísmo colectivo fueron las denominadas ollas comunes en Chile. Estos espacios comunitarios, autogestionados, se organizaron en los barrios durante el estallido social de 2019 y luego durante la pandemia de COVID-19. Vecinas y vecinos se organizaron colectivamente para alimentar a quienes más se vieron golpeados por la crisis social y sanitaria.
En nuestro país, Ecuador, cuando se suscitó un terremoto en abril de 2016, que afectó principalmente a las provincias de Manabí y Esmeraldas, se generó un gran movimiento de solidaridad. Profesionales de diversas ramas, estudiantes universitarios y secundarios, y ciudadanos en general se trasladaron a los cantones más golpeados para ayudar a remover escombros, rescatar sobrevivientes, entregar vituallas, colaborar en labores de reconstrucción y preparar alimentos. La unidad se hizo presente; los ecuatorianos se mostraron como un pueblo resiliente, desprendido y profundamente humano.
Ejemplos como estos abundan en nuestra región y en el mundo. Nos recuerdan, con fuerza, que nadie se salva solo y que vivir en comunidad practicando la solidaridad nos hace más fuertes.
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