Amigo lector, usted recordará que hablábamos en los dos artículos anteriores sobre los apodos, que sustituyen a los dos nombres y dos apellidos con los que nos conoce la sociedad. Efectivamente. Muchas personas son conocidas por su apodo; es más, si se las llama por su nombre, ni siquiera contestan. Eso significa que su apodo es parte de su identidad; o sea, le gusta su apodo. Empero, hay apodos que insultan, como se escucha en el mundo de la política. Basta con leer a Juan Montalvo y sus dos libros más representativos en este contexto: Las Catilinarias y Mercurial Eclesiástica. Amigo lector, si no ha leído, frunza el ceño y léalos, pero no asimile su contenido. Hiere más que la espada de doble filo.
Así también, vale recordar que hay un expresidente que siempre raya en lo vulgar, a tal punto que a uno de sus contrincantes le dijo alguna vez Nariz de Tiza de Sastre. Hay otro de la misma laya que aprovechaba su tarima de los sábados para blandir su “virtud” en este tema, a tal punto que nadie tenía salvación: a un afamado periodista le dijo Tarzán de Bonsái; a un historiador de larga data le decía Estafa Académica, Falso Socialista, Rectorcito. Con los periodistas no tenía contemplación. Por ser su blanco perfecto, tenía para ellos varios apodos: Bestias Salvajes, Sicarios de Tinta, Mediocres, Prensa Corructa, Pitufos Mentales… A pesar de que sus acólitos aplaudían con toda la efervescencia, la herida quedaba abierta, especialmente con La Coloradita, o la Gordita Horrorosa.
Visto desde otra óptica, en el mundo de los apodos no todo es insulto, excepto en el mundo político, claro está. Hemos de ver que los apodos en otros grupos sociales tienen un cierto grado de amabilidad, pues no falta El Chino, El Negro, El Mono, Ñañomono, El Trompudo, El Ñato, El Gordo, El Cabezón, El Flaco, El Loco, sin hacer referencia al libro de Gibrán Jalil Gibrán, o El Doctor, por su “puntualidad” …
Por esos mismos lares se ve también un símil de la zoología, pues allí tenemos El Perro, El Chivo, El Oso, El Gato, por sus ojos verdes. Aunque hay Gatos que no tienen ojos verdes, pero tienen la capacidad de saltar los tejados en busca de amores, vivezas o saperías. Y dentro de otra especie felina, tenemos al Gato Mojado, al Gato Runa. Y si de felinos hablamos, en los tiempos del general Eloy Alfaro, el Viejo Luchador, o el General de las Mil Derrotas, había el general Hipólito Moncayo, cuyo apodo era El Gato de Yeso, porque tenía la cara pálida y los ojos azules. Y, hablando de ojos, también tenemos al Sapo, por sus ojos grandes y prominentes, aunque esto no le exima de sus saperías. Y de los ojos, pasamos a la nariz: Guagua Cóndor.
Hay otros apodos que también se basan en la zoología, pero que son sumamente peligrosos. Por ejemplo, tenemos al Escorpión, porque clava su aguijón en la espalda y en el momento menos pensado; o, La Cobra, porque su mordedura es venenosa.
No faltarán, también, apodos que no tienen buena intención, particularmente con las falencias físicas. Aquí tenemos al Tuerto, al Pisahuevos, al Manco, al Ciego, al Pata Pata. Aunque sería motivo de olvido, pues hubo un líder indígena que, en plenas protestas de 2019, a todo un presidente le dijo Patojo de Mierda.
En fin, amigo lector, cerramos este tema de los apodos, porque creemos que es suficiente. Pues claro que hay miles y miles, pero por ahora, basta con esta página que pasará al olvido. Lo único que sueño, es que algún día se presente un concurso nacional que busque el mejor apodo, tal como lo hizo la revista Vistazo, hace tres décadas, con los nombres raros de nuestra tierra equinoccial, y que Manabí se mantiene en el primer lugar. Ojalá se dé este concurso. Mientras tanto, amigo lector, ¿no le parece que Panguardado sería, hasta la fecha, el mejor, el más uyuyuy, el más cool?
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