En el caso que la Fiscalía General del Estado bautizó como “Ligados” —quien pone esos nombres claramente estudió marketing, no tengo pruebas, pero tampoco dudas—, la estrella indiscutible son los audios extraídos de los teléfonos y dispositivos de Augusto Verduga, alias Mónica Ertl.
Esos audios han sido escuchados por muchos, comentados en voz alta y en susurros, y han sorprendido por igual a aliados y adversarios. Cuando la Fiscalía allanó el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, ya se olía que algo grande saldría de ahí. Cuando vimos las imágenes de Verduga aferrándose a su celular como si fuera su vida, intuimos que lo que escondía era gordo. Y cuando empezamos a escuchar esos audios, nos quedamos con la mandíbula en el suelo.
¿Cómo es posible que Verduga guardara, archivara y mantuviera en sus dispositivos conversaciones tan comprometedoras para su partido político? ¿Por qué grababa charlas con su hermano Abraham? ¿Con Andrés Arauz? ¿Con sus colegas y coidearios? ¿Qué lo llevó a registrar hasta las discusiones del buró electoral?
Me puse a pensar: ¿por qué alguien graba conversaciones? Por una razón sencilla: quiere pruebas, un respaldo de algo. Generalmente, de algo que huele a ilegalidad o indecencia, algo que podría meterlo en problemas y que, con esas grabaciones, le daría un as bajo la manga para negociar o defenderse.
¿Qué temía Verduga que pudiera pasarle? No lo sabemos, pero su estrategia para desvirtuar esos audios es tan torpe como infantil: asegura que son obra de inteligencia artificial, que son falsos, un montaje. Augusto y Abraham se han subido al caballo de la mentira, blandiendo espadas y escudos, jurando que todo lo que se escucha es una farsa.
Este par de caballeros andantes de Pelotillehue arremeten contra los molinos de viento de las evidencias, intentando desmantelar una verdad que ya es innegable. Algunos de sus propios compañeros de grupo, mencionados en los audios, han confirmado su autenticidad. La asambleísta Ana M. Raffo y el “pelotudo” Mauro Andino —quien, por cierto, reveló en una entrevista que el argentino que lo insultó en los audios lo llamó para disculparse— han dejado claro que no son un invento. Pero los Verduga, hidalgos de la mentira y la posverdad, siguen aferrados al brazo imaginario de su gigante.
Verlos en esa postura solo inspira lástima. Dos jóvenes profesionales, con estudios, disfrazados de muñecos de hojalata, jadeando y pataleando sobre una cabalgadura coja, fea y hedionda, en una batalla perdida contra la realidad.
Triste realidad que soporta el Ecuador, el caso “Ligados” es la representación de la corrupción que ha encontrado su espacio. Ojalá logremos borrar la inmundicia prontamente del país.