Durante los 12 años que lideró la Iglesia católica, el papa Francisco dejó huellas imborrables: un estilo cercano, reformas internas y una apertura a temas sociales sensibles. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos por enfrentar el drama de los abusos sexuales dentro del clero, muchas víctimas sienten que la justicia aún sigue siendo esquiva.
Juan Cuatrecasas y Antonio —nombre ficticio para proteger su identidad— son dos de las personas que, tras haber sido agredidas sexualmente en su adolescencia por miembros de la Iglesia, lograron reunirse con el Pontífice. Ambos reconocen la importancia de haber sido escuchados directamente por Francisco, un gesto que describen como “sanador”, aunque también coinciden en que el camino hacia una reparación verdadera está lejos de completarse.
Francisco, quien falleció el pasado 21 de abril a los 88 años, fue el primer papa latinoamericano y jesuita. Su pontificado no solo impulsó cambios como la autorización de la comunión para divorciados y la bendición a parejas homosexuales, sino que también asumió el reto de reconocer y enfrentar los abusos cometidos por religiosos. No obstante, las acciones emprendidas, para muchos, no fueron suficientes. De acuerdo con el informe del Defensor del Pueblo de España de 2022, unas 440.000 personas fueron víctimas de abusos en instituciones eclesiásticas en ese país, una cifra estremecedora que aún espera justicia.
Antonio, por ejemplo, sufrió abusos entre 2003 y 2006 en un seminario de Toledo por parte del sacerdote Pedro Rodríguez Ramos. Aunque denunció los hechos en 2009, tanto ante la diócesis como posteriormente ante los tribunales, el camino fue largo y doloroso. La primera condena, en 2023, dictó siete años de cárcel contra el cura, pero un recurso posterior terminó en su absolución debido a errores en el proceso judicial. Hoy, el caso sigue en revisión en el Tribunal Supremo, mientras Antonio, tras años de revictimización y burocracia, recuerda emocionado cómo el papa Francisco se interesó personalmente por su situación, manteniendo incluso contacto telefónico regular con él.
“Cuando recibí la llamada para reunirme con el papa, pensé que era una broma”, relata Antonio. “Pero Francisco no solo me escuchó, me animó a seguir luchando”. Gracias a su mediación, se abrió un proceso canónico contra su agresor, una pequeña victoria en un sistema que, lamenta, sigue sin proteger adecuadamente a las víctimas.
Juan Cuatrecasas, por su parte, sufrió abusos en un colegio del Opus Dei en Vizcaya. La intervención de Francisco permitió reabrir su caso y, aunque su agresor fue expulsado del Opus Dei en marzo de este año, considera que los avances son limitados. “Estar frente al papa y ser escuchado fue una oportunidad enorme, pero siento que todo sigue igual”, expresa.
Ambos supervivientes reconocen el esfuerzo personal de Francisco, muy superior al de otros líderes eclesiásticos, pero coinciden en que el problema de fondo —la estructura de encubrimiento y la falta de justicia real— sigue intacto. “La Iglesia continúa negando y protegiendo a los agresores”, sentencia Cuatrecasas.
Mientras Roma despide a Francisco y el mundo católico espera conocer quién será su sucesor, las voces de quienes luchan contra los abusos claman que el próximo papa no solo continúe el trabajo iniciado, sino que avance con decisión hacia la verdadera reparación y justicia que aún hoy sigue siendo una deuda pendiente.
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