Las filas interminables de jóvenes en busca de un cupo como reservistas en las Fuerzas Armadas, bajo lluvia o sol, por apenas 25 dólares por siete días de trabajo, dejaron en evidencia algo más que necesidad: retrataron el fracaso estructural del país frente al empleo.
La convocatoria ofrecía 1.800 vacantes, pero llegaron 9.800 postulantes. Para la economista María Luisa Granda, decana de la Escuela de Negocios de la ESPOL, lo ocurrido no solo confirma la crisis laboral, sino una desconexión profunda entre las nuevas generaciones y las dinámicas laborales que ofrece Ecuador.
“El 8% o 9% de los jóvenes están desempleados, pero hay un 24% en América Latina que ni estudia ni trabaja. Muchos ya no quieren empleos tradicionales de oficina. Buscan flexibilidad, trabajo remoto, nuevas formas de insertarse”, explicó la experta en una entrevista con Contacto Directo.
El país, dice Granda, sigue atado a esquemas laborales obsoletos. La falta de institucionalidad, políticas laborales inflexibles, y una educación enfocada en carreras saturadas, ahogan las oportunidades. Mientras tanto, el 71% de la población económicamente activa sobrevive en el subempleo o la informalidad.
“No es posible hablar de crear un millón o dos millones de empleos, como han ofrecido los candidatos, si no se cambia primero la estructura. En el segundo boom petrolero, el país apenas generó 300 mil plazas”, recordó. La inversión extranjera, otro motor clave, también languidece: en 2024 Ecuador apenas recibió 232 millones de dólares, frente a los 14 mil millones que llegaron a Colombia y Perú.
Granda cree que las oportunidades sí existen, pero están mal encaminadas. “Hoy se necesitan millones de programadores en el mundo. Se puede capacitar con bajo costo, incluso con becas. Pero falta orientar a los jóvenes, motivarlos desde la escuela, y decirles la verdad: algunas carreras ya no tienen campo”.
La rigidez del sistema, advierte, empuja incluso a las empresas a operar fuera del marco legal. “Si no se adapta la normativa a los tiempos actuales, seguiremos con una informalidad galopante. Flexibilidad no es precarización, es entender que muchos jóvenes sí quieren trabajar, pero no necesariamente 40 horas en una oficina”.
Para Granda, la transformación no depende solo del gobierno. “Esto nos involucra a todos: familias, empresas, Estado y universidades. O cambiamos las reglas del juego, o seguiremos viendo filas cada vez más largas por trabajos cada vez más escasos”.
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