De élites, pan y libertad

Mar 2, 2025

Por Heidi Galindo

La libertad no es solo la ausencia de opresión, como señalaba Hannah Arendt, sino la capacidad de transformar la realidad mediante la participación activa en la vida pública.

Hoy, Ecuador se enfrenta a una encrucijada con dos finalistas que, aunque presenten visiones aparentemente opuestas de poder, nos invitan a reflexionar sobre los límites entre democracia y autoritarismo. ¿Qué valor tiene la libertad cuando la estabilidad y el bienestar material se nos ofrecen como recompensa?

Los defensores del correísmo destacan, a pesar de los excesos, los logros sociales del gobierno de Correa, como la construcción de carreteras, escuelas y hospitales. Sin embargo, el correísmo convirtió la gestión pública en un aparato de propaganda que sofocaba a la oposición, controlaba la información e imponía una figura mesiánica que confundía la gobernanza con la consolidación del poder absoluto. ¿Es progreso sacrificar la autonomía política?
¿Cuán importante es la libertad y la autonomía de las instituciones para los pueblos?

China es el ejemplo paradigmático de este dilema. Se le celebra como el gigante del desarrollo económico y tecnológico, con ciudades futuristas y un crecimiento ininterrumpido que impresiona al mundo. No obstante, ese mismo modelo de prosperidad está cimentado sobre un sistema de vigilancia extrema, represión de la disidencia y un partido único que define el marco ideológico de la nación.

La estabilidad que ofrece el modelo chino no ha eliminado las tensiones internas, ni garantiza que la ciudadanía no aspire a mayores espacios de libertad.

En Ecuador, la disyuntiva es distinta, pero la cuestión de fondo persiste: no se trata de escoger entre bienestar y libertad, sino de reconocer que una democracia auténtica debe garantizar ambas.

Ahora bien, si el precio del bienestar es la renuncia a la capacidad de decidir, de disentir y de construir un futuro propio, entonces no estamos ante un avance, sino ante una sofisticada forma de sometimiento. Ya sea Luisa González o Daniel Noboa, no conviene perder de vista este tema.

No se trata de una preocupación exclusiva de las élites, como algunos sostienen, sino de una cuestión fundamental para cualquier sociedad que aspire a ser algo más que una simple maquinaria de producción y consumo.

En este escenario, la resistencia no será un lujo, sino una necesidad para preservar lo que nos permite ser ciudadanos y no meras piezas controladas exhaustivamente por el poder político.



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