Democracia, ya se sabe, no es solamente acudir a las urnas para votar, elegir y ser elegido. Es, también, reverenciar los resultados electorales, fomentar el derecho a las libertades humanas, respetar la división de poderes del Estado, acatar la normativa legal vigente, aceptar costumbres, creencias religiosas, razas, condición social y económica. Aparte de conceptos más avanzados, suficiente será reconocer que la democracia, como dice la Organización de las Naciones Unidas (ONU), es una forma de gobierno donde se exalta la importancia de que los pueblos decidan, de manera libre, sus propios sistemas políticos, económicos, sociales y culturales, así como su plena participación en todos los aspectos de sus vidas.
Desde agosto de 1979 hasta la fecha el Ecuador vive sin interrupciones bajo esta modalidad gubernamental, admitiéndose, claro está, que no siempre ha sido ejerciendo una democracia plena, sino, inclusive, muchas veces ésta siendo salpicada por conspiraciones y hechos golpistas, abruptos e inconstitucionales cambios de gobierno y, además, durante una década consecutiva, en el pasado reciente, bajo el mando de un régimen con unas muy bien definidas características dictatoriales y totalitarias, iguales a las que hoy y desde buen tiempo atrás son sometidos los pueblos de Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Este domingo 9 de febrero los ecuatorianos vuelven a las urnas para elegir presidente y vicepresidente de la república entre 16 binomios que aspiran llegar a la primera magistratura de la nación y para designar 130 asambleístas provinciales, 15 nacionales y 6 por los residentes en el exterior, total 151, 14 más de los que tiene actualmente el poder legislativo (por el crecimiento poblacional, según el último Censo Nacional de 2022). La realidad del país en todos los órdenes es complicada y más allá de los esfuerzos desplegados por el gobierno en funciones, con buenos y positivos resultados, el que asuma en mayo próximo, sin poner en riesgo la frágil democracia -y que merece robustecerse-, deberá ser muy asertivo en la toma de decisiones para lograr importantes soluciones en materias como la atención esmerada a los sectores más vulnerables, desempleo, crimen organizado, minería ilegal, corrupción, dotación de energía eléctrica, IESS, Petroecuador, inseguridad jurídica, inversión nacional y extranjera, entre otras.
Estas acciones, sin duda, siempre serán posibles y arrojarán mejores resultados en democracia. Entonces, al elegir tanto al nuevo presidente como a los asambleístas debe distinguirse entre quiénes son los alineados con este sistema de gobierno y quiénes son partidarios de sistemas absolutistas, identificados con el poder perpetuo y las libertades conculcadas. Como ejemplo vale recordar que, a un almuerzo en Quito con Edmundo González, legítimo ganador de la elección presidencial en Venezuela, fueron invitados los alcaldes de Guayaquil y Quito, más las prefectas de Guayas y Pichincha, políticamente identificados con el régimen de Nicolás Maduro, y ninguno la aceptó presentando pueriles excusas. A confesión de parte, relevo de pruebas.
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