La caída de Bashar al-Assad marca un punto de inflexión histórico en Siria, un país devastado por más de cinco décadas de opresión, guerra civil y crímenes de lesa humanidad bajo el control autoritario de los Assad. Desde que Hafez al-Assad consolidó su régimen en 1971, el pueblo sirio ha estado sometido a un sistema represivo que institucionalizó el miedo y el silencio. El fin de esta dinastía, otrora impensable, abre la posibilidad de un nuevo comienzo, pero también sumerge a Siria en un mar de incertidumbre sobre su futuro político.
Los muros de las prisiones, que durante décadas retuvieron a miles de opositores, comienzan a desmoronarse, liberando tanto a sus prisioneros como a las memorias de tortura y terror vividas. Sin embargo, no todos los sirios se deciden a regresar; muchos temen que las viejas dinámicas de opresión persistan bajo nuevos actores, mientras que otros retornan con la esperanza de reconstruir el país.
Más allá del fin de un hombre, la caída de Bashar al-Assad obliga a interrogar el papel de sus cómplices y detractores, tanto nacionales como internacionales. Estados Unidos y sus aliados, así como Rusia e Irán, han jugado roles determinantes en la prolongación de la guerra. Desde el financiamiento y el suministro de armamento a grupos armados hasta el respaldo militar directo, cada intervención respondió más a intereses geopolíticos que a la búsqueda genuina de la paz. ¿Responderán ante la devastación provocada, o la inmunidad es el legado del sistema internacional contemporáneo?
El nuevo capítulo de Siria se abre con Mohamed al-Bashir como líder, una figura cuya legitimidad y agenda generan inquietud. Aunque este ha intentado apaciguar a Occidente con un mensaje claro: “No teman”. Las lecciones de Irak, donde el intento de federalismo exacerbó divisiones étnicas y sectarias, nos obligan a cuestionar si este nuevo gobierno podrá incluir a todas las fuerzas políticas y sociales en su reconstrucción. ¿Se garantizarán los derechos de las minorías o se profundizarán las fracturas?
Finalmente, también surge una cuestión moral ineludible: ¿será Bashar al-Assad llevado ante la justicia por los crímenes que definieron su mandato? La sociedad siria enfrenta el desafío de recomponer un tejido social desgarrado por años de desconfianza. La pregunta que persiste es si este cambio de liderazgo traerá consigo una era de libertad y justicia o, como tantas veces en la historia, el tablero de la geopolítica termine decidiendo.
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