EDITORIAL | La mugre, esa entrañable compañera de lo grasiento y sudoroso, ahora tiene colores políticos. Puede ser de izquierda, derecha o, según la moda, venir del norte o del sur. Y, por supuesto, nunca pasa desapercibida: usa un verbo violento, odioso y resentido, que sus fanáticos insisten en llamar arte.
Mugre Sur decidió que el panfleto guevarista ya no era suficiente y lo puso en escena. En la apertura del Quitofest, subió al escenario un lobo sombrío, un anonymous y hasta un Diablo Huma, como sacados de un casting para un mal remake de terror. Pero la pieza maestra fue una ejecución simbólica –con linchamiento exprés incluido– contra el presidente Daniel Noboa.
Lo que prometía ser una noche memorable de hip hop se transformó en un mitin subversivo. Detrás de esta tramoya están los mismos que impusieron una mordaza con la Ley de Comunicación en el pasado y hoy claman por la libertad de expresión, mostraron su doble moral. Hipócritas.
La protesta contra el poder autoritario es legítima, incluso necesaria. Lo que no puede tolerarse es el uso del arte como vehículo de violencia y resentimiento político. Mugre Sur, alentada por intereses políticos camuflados, utilizó el escenario del Quitofest, un evento público financiado con fondos de los quiteños, para promover un discurso de odio.
Esto no es un debate sobre libertad de expresión; es un cuestionamiento sobre el uso adecuado de los recursos públicos. El Municipio de Quito no puede destinar fondos de los contribuyentes para fomentar divisiones ideológicas y alimentar el revanchismo.
Mientras tanto, las redes sociales arden con mensajes exaltados que defienden a la “mugre política” infiltrada en el municipio capitalino. Lo que ocurrió en el Quitofest es un síntoma de algo más profundo: la manipulación del arte para fines políticos, disfrazando la violencia de protesta.
Quito merece un arte que inspire, no uno que divida. Pero, claro, pedir eso parece ser demasiado revolucionario.
Que muera el narcotraficante y ladrón bananero
Pena de pensamiento. La enfermedad mental es peor que el cáncer; un resentimiento que no les deja pensar.