Conversando con mi amigo Miguel Solano resulta imposible saltar un tema que nos hace vibrar de emoción y es el referido al deporte que practicamos en nuestras casi 7 décadas: fútbol él y yo ecuavoley, lo que sucede con carácter obligatorio cada sábado, él en Machala y yo en Guayaquil. En las canchas de hoy, lo mismo que en todas por las que hemos pasado en casi 30 años, la cita es con un nutrido grupo de amigos: los de edades parecidas, añejos en su inveterada costumbre de estar presentes; los mayores que nunca faltan tampoco, pero que ya no juegan, los más jóvenes que nos siguen en años y otros más tiernos aún que han ido incorporándose, sin que falten parientes, hijos y nietos.
De verdad que es gratificante hablar de esto porque “la cancha” es el lugar donde semanalmente se olvidan los momentos complicados del hogar, del trabajo, de los establecimientos educativos. Es que “la cancha” tiene ese poder mágico de volver lo mismo el juego y la amistad, y aun cuando sólo es una semana lo que el reencuentro espera, “la cancha” es el escenario ideal para, al tiempo de ponerse físicamente “al pelo”, sumando masa muscular los que la han restado y reforzándola los que muy bien la tienen, es posible estar al día con los chismes calientitos, la conversación que desaparece los temas políticos y religiosos, la broma que provoca la carcajada general -inclusive de los que en ese momento juegan-, el proyecto que está en marcha, los dineros existentes en la caja, los próximos cumpleaños. Y, por qué no, al final de la tarde, según los paladares, unas veces sí y otras no, una fresca cerveza, un ‘reposado’ de Piñas o un escocés, y un acompañamiento de queso, chifles o pollo asado no es novedad.
En nuestra cancha de vóley El Doctor, un médico jubilado del juego, es infaltable y él se alcanza para todos, sea individual o colectivamente, para gastar las más increíbles bromas y ponerle mucho sabor a la vida; El Viejo, infaltable también, ahora solo arbitra y sus decisiones, aun muchas veces controversiales y merecedoras de “cariños” por parte de los jugadores, no las cambia jamás; El Tesorero, que también arbitra, juega y rinde cuentas de lo recolectado para reposición de balón, tubos, red, cuando es necesario y, claro, para las celebraciones anuales del grupo: Día del Padre y finalización de año, obligatoriamente. Él, por supuesto, acepta siempre las “acusaciones” de malos usos del dinero y de dar “cuentas alegras”, en medio de la risa en general. También asiste El Arquitecto, profesional prestigioso que no escapa de las bromas referidas a los fallos constructivos del lugar, pero que responde con invitaciones a degustar “aguas espirituosas”. El Viejo Víctor, estupendo personaje, que jamás falta con la música y la alegría, y, entre otros, El Profesor, aquel que se atribuye todos los saberes del juego y de ser invencible, pero no es esporádico que sea perdedor. En fin, van los mejores, los medianos y los “tierrosos”, estos últimos que “de ley” juegan y son los que más aportan a la salud por las risas que arrancan de los espectadores.
En fin, este grupo es la gran familia que se forma por culpa de cada cita para jugar vóley, donde cada semana se viven momentos únicos e irrepetibles. Aquí, en la cancha, se experimenta “el lenguaje universal de la alegría”, donde se confirma que el deporte “es un laboratorio de amistad”, donde los problemas del diario vivir dejan de existir. Mi homenaje a todos los que en “la cancha” viven momentos iguales o mejores.
Excelente, simplemente el relato exacto de la cancha