Se dice que quienes sufren de trastorno de estrés postraumático tienden a evitar situaciones, actividades o pensamientos que les recuerdan los sucesos traumáticos.
Reflexionando sobre esto, me atrevo a decir que la sociedad quiteña vive este tipo de estrés, aunque en un sentido distinto. No encuentro otra explicación para el silencio cómplice con el que aceptamos, casi sin protestar, la indiferencia y la indolencia de las autoridades, especialmente de la alcaldía. Este comportamiento ha logrado que la relación entre el gobierno local y la ciudadanía sea la de una pasividad casi total ante cualquier abuso de poder.
¿Qué le pasa a esta sociedad que pierde la calma cuando el automóvil frente a él no avanza rápido al cambio de semáforo en verde, pero se queda callada ante un gobierno que, día tras día, mantiene decisiones que afectan directamente nuestra calidad de vida? ¿Por qué estallamos por una pelea de barrio con el vecino por algo tan minúsculo como pasear sin collar a su mascota, pero no reaccionamos ante las políticas que nos afectan mucho más?
¿Por qué callamos? Sabemos que el silencio se convierte en complicidad, y se interpreta como una autorización para que quienes tienen el poder sigan actuando de forma ineficaz, porque nadie, ni siquiera los más afectados, se atreve a protestar de manera activa.
Nos han acostumbrado tanto a que la oposición a las decisiones políticas y administrativas sea vista como un ataque personal al alcalde, que ahora cualquier crítica se percibe como un enemigo del colectivo. Pero criticar no es un ataque; es un acto de responsabilidad y de preocupación por el bienestar de todos. Es un llamado de atención para que quienes están en el poder recuerden que su deber es servir a la comunidad, no solo a sus propios intereses.
Es hora de que valoremos más nuestras propias voces, de que exijamos respeto por nuestras necesidades y reclamemos lo que nos corresponde como ciudadanos. Los gobernantes deben entender que, aunque tienen el poder institucional, deben su posición a la confianza de la ciudadanía. No deben buscar la complacencia cerca de las elecciones; deben trabajar constantemente para que Quito sea una ciudad más justa, funcional y humana.
Solo cuando logremos superar el trauma que nos ha llevado a guardar silencio ante los abusos de nuestros “reyes” podremos aspirar a ese cambio real.
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