Si de algo el mundo puede estar seguro es que Joe Biden se esfuerza en asegurarse un destacado lugar en los anales de la historia. Nadie le va a negar que aspira a terminar todo aquello que inicia. Además de su mandato presidencial —lo que observando el deterioro de su aparato cognitivo ya es todo un milagro—, se viene esforzando acabar de darle forma a la Tercera Guerra Mundial.
Sus últimos movimientos así lo indican. Lo llamativo que ese no es precisamente un mandato surgido de las urnas en el 2020 cuando llegó a la Casa Blanca, sino la voluntad del complejo industrial-militar y un conglomerado de grandes grupos económicos-financieros para los que la guerra es solo un buen negocio.
A pocos días de iniciar la transición, la administración Biden le dio el visto bueno al gobierno de Ucrania para utilizar los misiles ATTACms de largo alcance en territorio ruso. Nadie en el Pentágono podría desconocer cuál iría a ser la reacción de Vladímir Putin. La esperada en esta suerte de ballet bélico que vienen Washington y Moscú representando en Ucrania, con los países europeos en su rol de partners pasivos.
De esa manera, Biden y sus muchachos acatan órdenes superiores y de paso buscan obstruir el camino a frenar el conflicto, tal como lo el propio Donald Trump lo ha prometido durante la campaña.
Trump hizo varias promesas de campaña. La mayoría de los analistas sostienen que esta es una de las, que seguramente derivará buena parte de la energía de su gobierno para cumplirla. Más que por el antecedente de que en su primera administración (2016-2020) Estados Unidos no entró en ningún conflicto, porque está decidido a reducir drásticamente el déficit presupuestario, desde el minuto cero de su nueva gestión.
Este año dispone de 824,3 mil millones de dólares para gastos militares. Esto representa un incremento de 26,8 mil millones con respecto al 2023 y un 3,8 % del PIB, de acuerdo a los datos que maneja El Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz de Estocolmo (SIPRI).
De esos datos y de algunos testimonios de colaboradores cercanos a Trump se desprende que ese será un ítem donde se esperan recortes presupuestarios.
Hasta el momento, el magnate reincidente en esto de gobernar, no ha dicho: “esta boca es mía”. El que habló fue Putin y se anduvo con muchas vueltas. “A partir de ahora el conflicto es global…”, dijo el presidente ruso, alertó de que su país está preparado “para cualquier desarrollo de los acontecimientos”.
Además de hablar actuó. Aprobó una nueva doctrina militar que permite responder a las agresiones externas con armas nucleares, y de inmediato sus tropas lanzaron, a modo de ensayo, según afirmaron en Moscú, un misil de mediano alcance capaz de portar ojivas nucleares, llegado el caso.
De esa manera el mandamás rusa aprovechó la ocasión que le brindó Biden y los suyos para elevar la atención, atemorizar a toda Europa y poner a los países escandinavos a repartir manuales con recomendaciones para enfrentar un eventual ataque nuclear, mientras comienzan a armar refugios para tales contingencias.
De paso, Putin intenta fortalecer su posición ante la llegada de un nuevo gobierno en Estados Unidos. Es consciente de que a partir del 20 de enero, habrá allí funcionarios a los que les dispensa mayor simpatía que a los demócratas, y mejores canales de diálogo. De hecho, Trump acaba de nombrar al frente de la CIA y de la NSA y el resto de las agencias de inteligencia a Tulsi Gabbard, una ex teniente coronel del Ejército, a quien apodan “la novia de Moscú” por su reticencia a criticar en público a Rusia.
Al parecer las intenciones son esas, pero sabido es también que los presidentes no gobiernan solos (cuando gobiernan) la burocracia tiene su peso en la decisiones gubernamentales. Por eso, habrá que esperar a cuales de los lobbies es más permeable la administración Trump en esta nueva etapa que se avecina. Una pista de ello la proporcionó el reciente nombramiento de Scott Bessent, un hombre cercano a George Soros, llegado directamente de las entrañas de Wall Street.
Otro dato relevante en ese sentido lo dio, días pasados, un integrante de la Soros family. Fue Alex, uno de los hijos del multimillonario, quien al enterarse de la autorización para el uso de los misiles declaró públicamente: “This is great news! (¡Esto es una gran noticia!)”.
Hasta aquí, en este escenario, nada que nos tome por sorpresa. Desde febrero de 2022, cuando las tropas rusas avanzaron sobre las provincias de Donetsk y Lugansk, este escenario era previsible. Cada movimiento político, cada declaración de los aliados de la Casa Blanca en el viejo continente, como es el caso de Emmanuel Macron fueron en esa dirección.
La incógnita ahora es saber cuál será la actitud a tomar por Trump y su gobierno y que espacio le quedará para avanzar con sus planes. Así como las expectativas en que Washington haga algo para frenar el genocidio en Medio Oriente son nulas, lo de Ucrania aparece ahora un poco más complejo. Y no solo por este último movimiento de Biden, sino porque hay que tener en cuenta el color de las alianzas de Trump, además de las que supo tejer en Silicon Valley con su compadre Elon Musk, con Georges Soros, o, bien, las que esté obligado a cerrar de aquí en más, allí, en el círculo donde anida el poder real.
Todo esto nos obliga a seguir con suma atención cada movimiento de los principales actores políticos. De los que llegan y, principalmente, de los que se van de la Casa Blanca. Los próximos dos meses se vislumbran cruciales para el futuro (bélico) de la humanidad.
Hace varias semanas, días antes de las elecciones estadounidenses, decíamos desde este espacio que se trataba de unos comicios que no evitan “el infierno”. Pues ahí está Biden, confundido, un poco ido, pero con capacidad suficiente para oficiar de portero y apurar con fuerza las llamas de ese averno.
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