Diego Torres Hadathy
Corresponsal en Estados Unidos
“Tengo que dormir en el asiento de atrás de mi carro, porque solo conseguí trabajo en una obra a tres horas de mi casa, no puedo ir y venir todos los días y un hotel es demasiado caro”. Es difícil de creer, pero la persona que relata esto es un ecuatoriano que reside en New Jersey y que consiguió un mejor salario en Pennsylvania.
Hasta hace dos meses, Eduardo había trabajado en construcciones cercanas a su casa con contratos ocasionales para instalar cerámica, pintar paredes, colocar puertas o ventanas, hacer plomería, electricidad y otros oficios que son muy requeridos en los miles de edificios que se construyen en este país.
Pero la llegada del clima frío de otoño e invierno complica el trabajo al aire libre y el número de contratos disminuye. Las empresas constructoras no arriesgan a sus obreros exponiéndolos al clima muy frío o muy húmedo y caluroso. Las obras se paralizan hasta que las condiciones mejoran.
Los trabajadores buscan otras opciones en zonas en las que el clima permita mantener una labor constante. “No importa si está más lejos. Lo que pasa es que no me puedo quedar sin trabajo, porque tengo que enviar plata a mi familia y pagar el arriendo y las cuentas”, dice Eduardo.
Con un tono de desilusión cuenta que “cuando hay trabajo las jornadas son largas y agotadoras y si no hay toca esperar días o semanas y buscar en donde sea. Ahora conseguí a casi 400 kilómetros de distancia y tendría que manejar más de 6 horas diarias en la noche y la madrugada”.
Por eso prefiere dormir en el asiento de atrás del carro. “Pero como no puede ser en la calle, nos dejan estacionar dentro de la obra y ahí amanezco. Hay un baño portátil y una ducha de agua fría. No queda más”.
Gana 120 dólares al día. Su jornada comienza a las 6 de la mañana “y le damos hasta las 10 de la noche de una sola. Solo paramos para almorzar. Tenemos que terminar la obra antes de que venga el invierno, porque ahí ya no podemos dormir en el carro, nos congelaríamos”.
“Tampoco es fácil conseguir comida durante los días que estamos en la obra. No podemos cocinar y los restaurantes están muy alejados. Pero pienso en mis hijos pequeños que están en Ecuador, en mi esposa y mi familia y así mal dormido y mal comido me toca seguir adelante”, dice resignado.
Eduardo llegó a Estados Unidos hace 10 años desde Zozoranga. No habla inglés “pero me defiendo”. Comparte un dormitorio y los gastos con su hermano en un sector “latino” de Newark (New Jersey). No ha pensado en regresar porque no está seguro de conseguir trabajo en Ecuador. “Aquí me quedo, todavía no me rindo” respira profundo y alza la cabeza como con orgullo. (DTH)
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