En los últimos años, la psicología social ha evidenciado lo complicado que resulta aceptar ideas que contradicen nuestros valores. Nos refugiamos en burbujas informativas y rodeamos de personas que comparten nuestra perspectiva o, al menos, que no desafían nuestra visión del mundo.
Este comportamiento de refugio es el semillero de la polarización política, un fenómeno del que somos más responsables de lo que solemos admitir. Pero la polarización trasciende la política: se convierte en una “polarización moral”. Las diferencias ya no radican tanto en la ideología ni en los programas electorales de los partidos, sino en los valores que nos definen.
Lo que se comenta poco es cómo la polarización afecta nuestro cerebro. La neurociencia explica por qué las estrategias políticas que apelan a las emociones y fomentan el enfrentamiento tienen tanto éxito. Este fenómeno impacta la atención, la memoria y agudiza las respuestas emocionales.
Este es uno de los efectos de la polarización, una realidad que envuelve a muchas democracias occidentales. Investigadores de la Universidad de Brown han indagado en las bases neurobiológicas de la polarización, y en estudios recientes observaron que votantes con ideologías similares mostraban patrones de actividad cerebral análogos.
En experimentos realizados se presentaron a los participantes los resultados de una política en un país ficticio. A un grupo se le indicó que el gobierno era de derecha y al otro, de izquierda. La mayoría de los participantes evaluaba los resultados de acuerdo con su inclinación ideológica, atribuyendo las mejoras al partido de su preferencia política.
¿Le resulta familiar?
Así llega Estados Unidos a las elecciones: con una sociedad profundamente dividida y un país desgarrado. Este proceso electoral se perfila como uno de los más tensos y decisivos de la historia reciente, con votantes que, además, toman decisiones influenciados por la economía personal.
Para comprender el contexto de la contienda entre Trump y Harris, es importante destacar 5 puntos claves:
- Elección indirecta: El presidente de Estados Unidos es elegido por el Colegio Electoral, un sistema de voto indirecto en el que cada estado aporta un número de votos proporcional a su población.
- Son 270 votos decisivos: De los 538 votos en juego, el candidato que alcance los 270 se asegura la presidencia.
- Estados decisivos: La batalla se libra en los llamados swing states o estados bisagra, donde los resultados son impredecibles. Estos incluyen Wisconsin, Michigan, Pensilvania, Carolina del Norte, Georgia, Arizona y Nevada.
- Encuestas reñidas: Las encuestas muestran una contienda extremadamente cerrada, con ambos candidatos empatados en intención de voto.
- Temas principales: La migración y la economía han dominado la agenda de la recta final de la campaña.
A solo dos días de las elecciones, una encuesta de NBC News muestra a los candidatos virtualmente empatados, mientras que el último sondeo de ABC News/Ipsos da una leve ventaja a la vicepresidenta Harris sobre el exmandatario republicano. Sin embargo, según el New York Times/Siena College, en los siete estados más determinantes, ambos están igualados sin una ventaja clara.
Tras casi 250 años de historia, la democracia estadounidense enfrenta uno de sus mayores desafíos. La pregunta que queda es: ¿podrá Estados Unidos mantener sus ideales democráticos en medio de la polarización y el extremismo? La respuesta, solo se sabrá después del 5 de noviembre.
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