La última misión del papa Francisco

Oct 21, 2024

Por José Vales

El mundo está obligado a ir acostumbrándose a conflictos bélicos de todo tipo cada vez más constantes y prolongados. El papa Francisco no deja de recordarlo en algunas de sus apariciones públicas. Pero el Santo Padre, está dedicado a una misión que también tiene que ver con la fe. Con su otra fe: la peronista. 
En el pasado, cuando el sumo pontífice no era más que un sacerdote de la orden jesuita en su natal Buenos Aires, alternaba las misas y su vocación académica en la Universidad de El Salvador, con su militancia política en el peronismo. Más precisamente, en la Guardia de Hierro, que hacía un culto de la ortodoxia y se oponía a la lucha armada de Montoneros y otras agrupaciones. Nada novedoso tratándose de un jesuita. Sus miembros siempre velaron por la educación al máximo nivel y suelen manifestarte preocupados por cuestiones políticas. Anidan los ejemplos, en los extremos. Desde Camilo Torres (1929-1966) el sacerdote colombiano que terminó muriendo como guerrillero del Ejército de Liberación Nacional (ELN), luego de graduarse en la Universidad Católica de Lovaina e impulsar la Teología de la Liberación o, más actual, el venezolano Luis Ugalde, exrector de la Universidad Católica de su país y un agudo observador de todo lo que pasa en su vapuleada Venezuela desde hace, por lo menos, tres décadas. 
Pero, calma. El papa ni va a tomar las armas ni va a escribir una columna para analizar la realidad global. No hay duda de que el hombre es argentino. Más allá de que desde marzo de 2013, cuando fue ungido, no regresó a su país —en el Vaticano dicen que espera hacerlo en 2025, año electoral en su tierra—, siempre se ocupó de ordenar a la tropa 
El jefe de la Iglesia siempre se ocupó de su país, al menos en el orden político. Supo perdonar las agresiones y los desplantes que le propinó el kirchnerismo gobernante hasta su llegada al papado, para acercarse a la expresidenta Fernández de Kirchner, de la misma manera que ahora puso al obispado a fustigar al Gobierno desde los púlpitos más recónditos.
Si bien su destreza política se vio poco o nada en varios de los serios conflictos que sacuden al mundo —como, por ejemplo, el de Rusia y Ucrania— nunca dejó de ocuparse de las minucias decadentes de la política de su país. Recibiendo a menudo en la biblioteca vaticana a dirigentes sociales, a miembros del gobierno de turno y del peronismo todo. Incluso al presidente Javier Milei, quien en campaña lo había calificado como “el representante del maligno en la Tierra…”.
Ahora, Francisco perdona, pero no olvida. 
Tras la derrota electoral del año pasado, el peronismo entró en un terreno por demás confuso. Las peleas intestinas se revelan como nunca antes y la confusión de sus cuadros y la carencia de líderes positivos para enfrentar el conservadurismo exacerbado de Milei, se erige en peligroso para ese movimiento político, devenido en un compendio cultural para los argentinos y cuya influencia ya trasciende las fronteras ávidos de recetas populistas (Monsieur Macron, teléfono…).
Por eso, el papa parece decidido a ofrecer sus menguadas energías físicas y todo su conocimiento en salvaguardar la fe peronista a como dé lugar. A saber. 
La expresidenta María Estela Martínez de Perón (1974-1976), de 93 años. Vive en Villafranca de Castillo, en las afueras de Madrid. Lo hace en un ostracismo desde hace casi cuarenta años, asistida solo por el sacerdote de la parroquia de esa ciudad, y en contacto constante con el “compañero” sumo pontífice.
Desde hace años se desprende que la influencia de la Iglesia sobre su persona es crucial. Y esto quedó en evidencia el pasado jueves 17 de octubre, día de la Lealtad Peronista, cuando la actual vicepresidenta, Victoria Villarruel, visitó y se fotografió con Isabel en su casa madrileña, después de entrevistarse, nada más y nada menos, que con el Santo Padre en Roma. Logró lo que nadie: sacar a la viuda del ostracismo, para reivindicarla con un busto en el Senado y con esa visita que tiene un tufo de campaña proselitista de largo aliento. 
Después de todo, su pasión por los uniformes y su devoción por el conservadurismo católico fue también el de Isabel en el poder. Desde hace meses, Villarruel, hija de un militar que participó de la Guerra de Malvinas, aparece enfrentada con el presidente. Desde un sector del peronismo, el más ortodoxo, se la vislumbra como una figura del nacionalismo más ramplón que pueda encabezar una regeneración del ideario peronista.
La foto de Isabel y Villarruel sorprendió a todos y fue una demostración de que la “resurrección de la viuda” equivale a un eterno retorno a un pasado oprobioso, nefasto, con el fin de enviar metamensajes diversos hacia todos los sectores. “Aquí estoy yo, como en su momento la viuda del general Perón, siempre lista a tomar el mando si la Patria me lo demanda…”, es lo que se descifra comunicacionalmente de tal estrategia que tiene al jefe de la Iglesia en el medio.
Como si la misión de la vicepresidenta fuese la de cumplir el sueño del excomandante de la Armada, el genocida Eduardo Massera, quien soñaba con llegar a la presidencia encolumnando al peronismo detrás. Podría ser parte de un guion para una comedia si la historia no hubiese sido tan sangrienta como paupérrima.
Y es esa necesidad de regeneración del peronismo la que parece quitarle el sueño al papa Francisco. El devenir de Milei y la salud del peronismo de cara al futuro. Y, como siempre hay un peronismo para la cartera de la dama y otro para el bolsillo del caballero, Francisco no solo aparece impulsando a Villarruel a encabezar esa gesta, en nombre de un nacionalismo esencial en la doctrina del general Perón. También apoya al líder social Juan Grabois, hijo de un histórico dirigente de Guardia de Hierro, para que transite el carril “izquierdo” del electorado. 
Después de todo, no en vano el peronismo es el único movimiento en la historia (al menos latinoamericana) que logró generar un líder que llegó más lejos que su propio fundador. Ese es el caso del “compañero Bergoglio”. El hombre que no solo lidera a la Iglesia, sino que también se puso al frente de esa su otra religión: la peronista



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