Del Klimahaus a las bases militares

Oct 19, 2024

Por Luis Antonio Guijarro

El título de este artículo viene a colación por una visita que hice la semana pasada a un museo que lleva el nombre de Klimahaus (Casa del Clima) y que está ubicado en la ciudad alemana de Bremerhaven.
El museo presenta los diferentes climas, vegetación, animales y costumbres de las personas que habitan en nueve estaciones, todas están a lo largo de la longitud 8° 34’ del Este. La primera estación está en los Alpes suizos. El periplo sigue por la isla de Cerdeña,en Italia; para ir por el desierto de Níger; las selvas tropicales en Camerún; la estación de investigación Neumeyer en la Antártica; la isla de Samoa, en el Pacífico Sur, que incluye un acuario simulando la vida acuática en los arrecifes de coral. El viaje continúa hacia una isla ubicada en Alaska, San Lorenzo; para llegar a otra isla en Alemania, Hally Langeness. El viaje termina en Bremerhaven.
En los 11.500 m² de exposición en este particular museo los visitantes experimentan los diferentes climas de menos de -6°C hasta más de 35°C y diferentes humedades relativas. Para un ecuatoriano familiarizado con estas condiciones climáticas lo que más llama la atención es la vida y costumbres de las personas que habitan esas zonas. A mí particularmente, la vida de la etnia nómada de los Tuareg, en Níger, y la de los Yupik en la isla de San Lorenzo, en Alaska, al sur del estrecho de Bering. Me referiré a esta última. La isla perteneció a Rusia hasta 1867, en que Alaska fue vendida oficialmente a EE.UU, no es de extrañar, entonces, que la población de la isla sea de origen siberiano, quienes están acostumbrados a sobrevivir en la tundra siberiana y no hayan tenido mayores dificultades para adaptarse a la vida inhóspita de la isla.
De los diferentes videos explicativos, que acompañan la visita al museo, me tomé más tiempo en el de los Yupiks, en Alaska, por los tristes relatos de los veteranos de la isla sobre el tremendo impacto que resultó para sus vidas la base militar de Estado Unidos, en el cabo noreste, en 1952. La mayoría de ellos fue desalojado de sus asentamientos tradicionales de siglos para instalar esa base de la fuerza aérea que sirvió para control e inteligencia militar.
La base cerró operaciones a inicios la década del 70 y dejó un legado nefasto para los habitantes y para el medioambiente. En el tema social, los aborígenes, que prestaron servicio en ella terminaron con problemas de alcohol y de drogas, adicciones no conocidas antes en la comunidad. Inlcuso, hubo casos de abuso sexual no reportados por temor a retaliaciones.
La juventud empezó un proceso de emigración hacia el continente como un proceso de claro rechazo al estilo de vida y las costumbres propias de la comunidad. La población que quedó era adulta o de tercera edad. Lo peor, no obstante, no fue solamente tener que volver a las labores de pesca y caza, sino los problemas de salud registrados, en especial, las altas tasas de cáncer relacionadas con la descarga indiscriminada de PCBs (bifenilos policlorados) y las sustancias radioactivas en los hábitats vecinos a esa base.
Este caso de Yupiks, en San Lozenzo, Alaska, no es aislado o anacrónico. Según informes, el abandono de las bases estadounidenses en Irak o Afganistán dejaron a sus pueblos un legado tóxico mucho peor que el de San Lorenzo. En este último, al ser territorio estadounidense, el Gobierno por medio del Cuerpo Ingenieros del Ejército (USACE) demolió las edificaciones de la base hasta 2003 e inició un proceso de recuperación medioambiental a un costo de $125 millones, que se dió por finalizado en 2014 con limitado éxito.
Los EE.UU. operan fuera de su territorio más de 800 bases militares en más de 70 países, un número exhorbitante en relación a las 20 bases operadas por la Federación Rusa localizadas fundamentalmente en países de la exUnión Soviética y Siria.
El abandono de las bases militares deja una secuela irreversible de polución para el medio ambiente, para los pobladores por los problemas sociales y de enfermedades. El proyecto de asentamiento de bases militares exige de los gobiernos, que permiten su establecimiento, fijen contractualmente la observación de estándares sociales y medioambientales incluyendo planes de reasentamiento, desmantelamiento, contingencia, compensaciones, como se obliga a cualquier proyecto de ingeniería. En este caso particular de las bases militares, lo mejor es el escenario“sin proyecto”.



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