La noticia que entristeció al país, la semana pasada, fue la muerte del “Último hielero del Chimborazo”, Baltazar Ushca Tenesaca. Se fue al Oriente eterno con su poncho, su sombrero, sus botas de caucho y sus manos agrietadas. Nos deja en la memoria su sonrisa de Chimborazo en día de sol, su ejemplo de trabajo duro y tenaz. Se fue. Importa muy poco la razón de su muerte, aquí lo que importa es que fue reconocido como un personaje de altura y páramo, de notoria sencillez entre tanta fama.
La prensa nacional e internacional fue justa con él. A sus 68 años de edad, la bondad mediática le construyó un escenario de respeto y dignidad, precisamente cuando su trabajo ancestral de hielero estaba en su declive. En esos tiempos, Baltazar daba sus últimos pasos a los 4 500 metros sobre el nivel del mar, con la tarea de extraer el hielo, darle la forma de cubo de 22 kilogramos, envolverlo en paja shumi, subirle al burrito con un amarrado especial, caminar cinco horas, embarcarse en una camioneta con la mercancía y llevar a los mercados de Riobamba, La Merced y San Alfonso, vender su producto a cambio de un precio infame y finalmente regresar a su comunidad rural, Cuatro Esquinas. Todo esto, dos veces por semana.
Serían los años 2010, o 2012, cuando empezó a ser presentado al mundo entero con fotografías, reportajes y documentales que decían de este personaje lo mucho que hacía a cambio de poco, de muy poco. En corto tiempo vino lo bueno y lo justo, pues uno de los documentales lo llevó a Nueva York, al estreno. Y así, la prensa le llenó de gratos reconocimientos, hasta que por el año 2017, cuando funcionaba el tren turístico, lo volvemos a ver a don Baltazar en el Museo del Hielo, en la estación Urbina, al pie del Coloso de los Andes, a 3 609 metros sobre el nivel del mar. Tomarse una fotografía con este hombre de sangre liviana, era como alcanzar un trofeo de guerra, algo así. Y, al ver luego la fotografía, se notaba claramente la alegría de estar junto al famoso Baltazar Ushca Tenesaca. Así nada más.
Pasados los tiempos de pandemia lo volvimos a ver a sus 80 años, como todo un operador turístico en el Museo de la momia, en Guano. Siempre con su castellano entrecortado y su sonrisa fresca. Resumía su vida y su trabajo en pocas palabras, pero con una bondad infinita, como si se tratara de un cuento de pocas palabras, pero de aventura incontenible.
Don Baltazar Ushca recibió en vida todo lo que se merecía: halagos, aplausos, reconocimientos, incluso un doctorado honoris causa, título concedido por el Instituto Mexicano de Líderes de Excelencia. Lo recibió con toda la sencillez y justicia, sin nada de cabildeo previo, sin mañosería diplomática. Don Baltazar no mendigaba títulos.
Ahora que ya no está en los museos, ni en su barrio Cuatro Esquinas, ni en las faldas del Chimborazo, Baltazar Uscha volará por siempre en el páramo andino, dará voz y vida en las fotografías que la gente se tomó junto a él, porque ya se sabía de su vida, su trabajo, su historia. Ecuador nada le debe. Don Baltazar recibió en vida los mejores aplausos, abrazos y reconocimientos gracias a la prensa, institución que hizo lo suyo, y lo hizo bien.
Corta pero precisa y pertinente biografía de un hombre humilde, con muchos atributos de sencillez y transparencia. Felicitaciones
edificante artículo