La Asamblea Nacional cumple con la profecía que un gran patriota y señor el doctor Raúl Clemente Huerta, a quien tuve enorme aprecio, me hizo cuando fui, allá por el año 1988, electo diputado nacional por el Partido Conservador. El “viejo gallo de pelea” me dijo: “Querido Alberto, lo felicito sinceramente. Sin embargo, cuando llegue al Congreso (como se lo denominaba en aquel entonces) usted sentirá una gran frustración por la calidad de sus colegas legisladores. Pero consuélese y piense que el próximo Congreso será peor”. Esa ha sido lamentablemente la evolución de la Asamblea Nacional.
De hecho, mi decisión de participar en política activa vino después del más largo juicio político de la historia parlamentaria ecuatoriana, el cual duró cinco semanas, en el cual como ministro de Finanzas en 1986 fui llevado al Congreso por las medidas económicas que había tomado la Junta Monetaria. Como el presidente de la Junta no era sujeto de juicio político, entonces fui quien recibió la descarga venenosa contra el Gobierno de turno. En ese juicio político, yo había hablado del enorme déficit fiscal de miles de millones de sucres de ese entonces, dado que el precio del petróleo había caído a 6 dólares por barril. Un legislador que no había asistido a la sesión trajo al día siguiente un ejemplar de Diario EL UNIVERSO, que recogió mi intervención, y gritando dijo: “El ministro dice que no hay plata, pues aquí tiene miles de millones en el déficit”. Esto porque el titular de la noticia, que es lo único que debió haber leído, decía: “Prepuesto tiene déficit de tantos miles de millones de sucres”. Entonces el legislador concluyó: “Que saque el dinero del déficit”.
Ante la risotada general, ese legislador aprendió luego el significado de la palabra déficit. Al ver el pobre nivel intelectual y conocimiento de economía de la Asamblea, en general, con contadas excepciones, decidí entonces que era un deber cívico incorporarme a la política para tratar de hacer algo por el país.
Hoy tenemos una muestra más de lo que es la Asamblea. Ante la crisis eléctrica, la Asamblea exige al Gobierno actuar y resolverla. Es decir, la Asamblea pide que con poderes divinos el ministro, el presidente y CNEL hagan que llueva sobre las represas y centrales hidroeléctricas.
No llaman a la unidad nacional para decir que este es un problema acumulado, por centrales hidroeléctricas mal construidas, con sobreprecio, sobredimensionamiento, con terribles riesgos ecológicos (como Coca-Codo Sinclair) y que están en solo dos cuencas hidrográficas. Tampoco dicen que hay ya varios años de falta de inversión porque el Estado no tiene recursos porque se van en subsidios, tanto a los combustibles como a las pensiones y muchos más. Que el presupuesto toma la liquidez de Petroecuador, de CNEL, de CNT y todas las instituciones por el problema estructural que existe en las finanzas públicas. Eso no dice la Asamblea, ni dice que debemos unirnos todos los ecuatorianos para resolver los problemas estructurales que nos están llevando al borde de un precipicio gigante. Eso no se dice, ni se dirá, porque “no es político”. Por ello, el país seguirá empeorando y no se ve la luz al final del túnel.
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