Durante la Segunda Guerra Mundial se enfrentaron las potencias aliadas contra el eje, integrado por Alemania, Japón e Italia.
La esencia de lucha era por la supervivencia frente a una de las más malévolas, sino la más, ideologías y formas de gobierno que jamás vio la humanidad.
El nazismo enfermizo, infame, conquistó en forma masiva al pueblo alemán y al pueblo austriaco, el cual mayoritariamente y en forma abrumadora decidió unirse al tercer Reich.
En esa lucha larga, trágica e inmensamente dolorosa para la humanidad, existieron batallas de enorme trascendencia, que se volvieron íconos. Dunkerque, donde el ejército inglés logró con un operativo gigantesco evacuar el continente y retornar a la isla. La batalla de Stalingrado, que duró meses, en la cual el ejército ruso derrotó con enormes sacrificios de ambos lados al ejército alemán, marcando un claro punto de inflexión en la guerra. El desembarco en Normandía, en el cual las defensas alemanas tomaron la vida de miles de jóvenes, pero comenzó la reconquista de Francia y de Europa finalmente por parte de los aliados.
En el frente del Pacífico, los EE. UU. y el Japón tuvieron su propia guerra, y las batallas de Midway, Guadalcanal, Saipán y Okinawa son algunas de las épicas y sangrientas confrontaciones entre esos dos países.
Mirando hacia atrás, no hay duda de que los bandos, equivocados los unos, acertados los otros, peleaban por un ideal y por sus países. El ejército alemán y el japonés tenían claras convicciones. Su ideal era erróneo, pero lo tenían. Los aliados tenían ideales diferentes, pero igualmente peleaban por lo que hoy vemos que era lo correcto, pues lo que hizo el nazismo jamás se podrá justificar.
En Ecuador en los últimos años ha habido un campo de batalla. No por grandes ideales ni una lucha por valores, sino para, lamentablemente, buscar las cuotas de poder y los ententes políticos para grupos interesados, y por sobre todas las cosas para ese socialismo del siglo XXI que inventó el fatídico Consejo de Participación Ciudadana y Control Social.
Dentro de la guerra entre el desastre que propone el foro de Sao Paulo y luego la reunión de Puebla, cuyas joyas de la corona son Cuba, Venezuela y Nicaragua, los capítulos locales de ese movimiento siniestro no cesan de luchar por el control del Estado, para lograr que en el caso del Ecuador vayamos por ese tétrico camino.
Los últimos días han visto cómo en esa institución se trató a toda costa de llegar al control, para fines que nada tienen que ver con la democracia, la institucionalidad y un futuro promisorio para el Ecuador.
El CPCCS no es una tradición ecuatoriana. Tenemos la “gloria” de compartirlo con Bolivia y Venezuela, como resultado de extranjeros que vinieron a experimentar con nosotros haciendo la constitución.
Es momento de decir basta y ver con un acuerdo nacional cómo le damos de baja a esta pesadilla que durante años ha venido quitando la paz al pueblo y a la política ecuatoriana. Y esto está avalado por una realidad: lo que ha hecho el SSXXI no se puede perdonar. Si no es así pregúntenles a los venezolanos.
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