Un día lunes 1 de septiembre de 1975, a partir de las 00:00 h., el palacio de Carondelet fue atacado por algunos repartos del Ejército. Fue un golpe de Estado encabezado por el general Raúl González Alvear, quien cumplía funciones de jefe del Estado Mayor del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, contra el Gobierno Revolucionario Nacionalista de las Fuerzas Armadas, como así lo denominó el presidente de la República de ese entonces, general Guillermo Antonio Rodríguez Lara. Pues este caso se recuerda como una historia inconclusa del vine, vi, corrí de González Alvear, quien decía que “nos jugábamos el todo por el todo” para “corregir los yerros” del general Rodríguez Lara.
Para este golpe, de infames intenciones, ya habían pasado cerca de tres años y siete meses en los que Ecuador gozaba de un Gobierno edificado con planificación y honestidad, cuyos cimientos se sostenían en una base doctrinaria denominada Filosofía y Plan de Acción, y el Plan Integral de Transformación y Desarrollo, que no eran otra cosa que las bases documentadas de un reformismo militar que suplantaba el vacío de poder que dejó Velasco Ibarra a partir de 1970, cuando se declaró dictador civil. Y valga la aclaración: en esos años de dictadura militar, el mundo de la política era espacio muerto, ya que los partidos políticos no movían un dedo.
La conspiración tomó cuerpo en la llamada “Noche de los generales”. No se sabe exactamente qué noche de 1974 fue, lo cierto es que en esos meses se incubó el bicho de golpe de Estado en la cabeza de los generales Alejandro “el Caucho” Solís, Juan Araujo Proaño y el mismo González Alvear.
Las unidades militares de la plaza de Quito que apoyaron el golpe fueron: la brigada Pichincha, el escuadrón mecanizado Machala, el batallón de Paracaidistas, el batallón de Transmisiones, el Centro Logístico No. 1, el Cuerpo de Ingenieros, el batallón Chimborazo. A este conjunto de repartos sublevados se sumó la brigada de selva Pastaza. El bando que defendía el gobierno de Rodríguez Lara era el batallón Vencedores y la Escuela de Tropa del Ejército, repartos comandados por el teniente coronel Edison Garzón, con el apoyo del general Ángel Vega y el coronel Cristóbal “Ranger” Navas, quienes fueron detenidos por no estar de acuerdo con el golpe.
La ofensiva de los militares sublevados logró vencer la resistencia del escuadrón Escolta Presidencial, liderado por el mayor León Cid Miguel Gustavo Ecuador Iturralde Jaramillo. A las 12:00 h. apareció una bandera blanca que flameaba en los altos del Palacio. Vencieron los sublevados. Se dio paso al festín del saqueo y la trifulca, con el ingreso de los curiosos mezclados con las tropas rebeldes encabezadas por los generales golpistas; quienes subieron a la terraza para agitar puños y banderas en señal de victoria, mientras los familiares del presidente ausente eran tomados como rehenes. Efectivamente, el general González Alvear, vestido de civil, se autoproclamó Jefe de Estado. Lo que no sabía el comandante de la funeraria era que se venía el contraataque del batallón Vencedores, la Escuela de Tropa y fuerzas de la Infantería de Marina que aterrizaron a medio día. En horas de la tarde, las fuerzas leales lograron recuperar el Palacio, mientras que algunos militares sublevados, salieron corriendo hacia las embajadas de Chile, Colombia y Venezuela, mendigando asilo político.
Esta guerrita, que dejó un saldo de 25 muertos y 53 heridos, entre civiles y militares, irónicamente se la recuerda como el 32 de agosto. Esta fecha, no apta para el calendario, merece una breve explicación con sabor a sal quiteña. Y es que, cuanto el general Rodríguez Lara, una vez recuperado el Palacio, pidió a la prensa que no se vuelva a mencionar los sucesos del 1 de septiembre; en respuesta, los periodistas lo bautizaron como el 32 de agosto. Ante la historia, el Gobierno Revolucionario Nacionalista logró aplastar la rebelión, pero la patria quedó herida, olvidando que fueron tiempos de honestidad y buena planificación.
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