Un expresidente en la reconquista ecuatoriana

Ago 15, 2024

Por Kléver Bravo

El expresidente Juan José Flores, al partir hacia Europa en 1845, dejó el país en un completo desorden: un gobierno provisional en Quito y otro en Guayaquil. De esto, los diplomáticos extranjeros anunciaban que Ecuador “iba a ser devorado por la anarquía”. Pero lo peor estaba en la intención del mismo expresidente al arribar al Viejo Continente.

Pasó por Inglaterra y Francia, tratando de vender a Ecuador a través de un protectorado extranjero que le permitiera recuperar el poder; o, en su defecto, organizar una expedición militar que ampare su caprichoso proyecto, el mismo que llegó a oídos de la reina madre y regente española, María Cristina, quien le hizo una invitación al expresidente en exilio; asunto que le motivó a tomar la decisión de salvar su honor y organizar una expedición armada, con el propósito de tomarse el puerto de Guayaquil y así recuperar el poder. El proyecto fue muy claro en la entrevista con la reina, ya que el expresidente hablaba de un gobierno monárquico a instalarse en Ecuador, cuyo trono sería ocupado por Juan, el hijo de la reina María Cristina, que cumplía recién los diez años de edad, teniendo presente que el general venezolano sería el regente, dada la corta edad de Juanito. Incluso ponía en bandeja las Galápagos.

El caprichoso proyecto no se hizo esperar. El gobierno español concedió al expresidente la cantidad nada despreciable de cinco millones de pesos, aunque otros decían que eran treinta. Lo cierto fue que este presupuesto -sonante y contante-, le permitió el uso de cuarteles, bodegas y el reclutamiento inmediato de nuevos soldados y filibusteros en el norte de España. Efectivamente, con este capital en mano logró reclutar dos mil soldados, entre españoles e irlandeses, a quienes ofreció ascensos inmediatos, tierras y ganado en Ecuador; además, con ese presupuesto, también compró, o alquiló, tres barcos de origen británico: Glenelg, Monarch y Neptune.

El proyecto iba por buen camino durante los meses de julio y agosto de 1846. Esto en el norte de España, en las ciudades de Orduña, Durango y Vitoria; mientras que, en Madrid, el expresidente se daba una vida de placer sin disimulo. Mark Van Aken, en su libro El rey de la noche, nos cuenta que aquel expresidente convivía con una “mujer pública”, Micaela “La Tartamuda”; que, por cierto, no era la única. Como efecto de esa vida de goce y placer, el expresidente había perdido el respeto de sus subalternos recién reclutados, pues nunca entendió la rigidez de la cultura militar europea.

El proyecto del expresidente de invadir Ecuador con una flota armada se vino encima, cuando la prensa española denunció el gasto infructuoso del Gobierno, al haber invertido en un posible ataque armado al puerto guayaquileño, lo que iba en contra de los tratados de independencia. A esto se sumó la protesta de la diplomacia sudamericana y el escándalo sobre el gasto de veinte y cuatro mil reales por la compra del silencio de una parte de la prensa española, la cual le publicitaba al expresidente como un héroe sudamericano, en cuyo argumento daba a entender que era el único presidente legítimo de un país que le presentaba como “despoblado o salvaje”.

Con la denuncia de la prensa española y el grito al cielo de la diplomacia sudamericana, los tres barcos que estaban listos para zarpar desde el Támesis hacia España, fueron detenidos y confiscados, por lo que las tropas recién alistadas optaron por la deserción. Para fines de diciembre de 1846, la expedición militar estaba disuelta. Esto hizo que, en las filas del Ejército español, al expresidente lo apodaran el “Príncipe de la Reconquista”. Lo mismo hicieron en tierras ecuatorianas al tildarlo de “pirata, bandido, tirano y traidor”.

En esta pequeña historia, cualquier parecido, no es pura coincidencia.



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