El haber destituido a un gobierno que representaba la corona de Fernando VII, quien a su vez estaba de rehén de las tropas napoleónicas, precisamente a la madrugada del 10 de agosto de 1809… Todo este evento debería llamarse golpe de Estado, lo cual llevaría a un pequeño debate entre los historiadores; sin embargo, este no es el propósito de estas líneas. Simplemente hablaremos de lo que sucedió después de aquel día marcado por una revolución que no se dio por generación espontánea, sino que fue un hecho histórico escrito con decisiones predeterminadas y no como lo escribió el conde Ruiz de Castilla, presidente de la Real Audiencia de Quito, en una carta dirigida al coronel español Bartolomé Cucalón, gobernador de Guayaquil: “Cuatro pícaros, sin honor ni religión, que se apoderaron de la vil tropa del cuartel por medio del soborno…”.
Lo que vino después tiene un punto de partida, la asunción al poder de la Junta Suprema de Gobierno, el 16 de agosto en la Sala Capitular del convento de San Agustín: Juan Pío Montúfar asumió la presidencia, con el tratamiento de “alteza serenísima”; José Cuero y Caicedo, vicepresidente, con el tratamiento de “excelencia”; y, con el mismo tratamiento, se nombró a Juan de Dios Morales, ministro de Negocios y de la Guerra; Manuel Rodríguez de Quiroga, ministro de Gracia y Justicia y Juan Larrea, ministro de Hacienda. Y para “mantener el Reino en respeto”, se formó la Falange Quiteña, al mando de coronel Juan Salinas y Zenitagoya.
El eco del 10 de agosto no pasó de las cinco leguas alrededor de Quito, lo que motivó a las nuevas autoridades a enviar representantes a Guayaquil, Cuenca y Popayán, con el propósito de que estas ciudades de la Real Audiencia se sumen a esta cruzada por la independencia. Sin conseguir la tal adhesión, la Junta envió una expedición militar hacia Pasto, al mando del general Manuel Zambrano, pues aquí tenemos el famoso Combate de Funes del 16 de octubre de 1809; es decir, la primera acción de armas por la independencia entre soldados quiteños y soldados pastusos, encabezados por el capitán Tomás de Santacruz, vencedor de ese combate.
Vale recordar que Ruiz de Castilla, apenas fue destituido, envío una carta a don José Fernando de Abascal, virrey de Lima, poniendo en conocimiento de la novedad, a lo que respondió con el envío de tropas de represión a Quito, “ciudad rebelde”, noticia que llevó a la Junta a devolver el poder al mismo Ruiz de Castilla el 12 de octubre. Llegaron a la capital de la Real Audiencia, en el mes de noviembre, un total de 752 soldados del Batallón de Milicias Disciplinadas de Pardos de Lima, del Regimiento de Infantería del Real de Lima, del Batallón de Infantería de Santa fe y de Popayán y de los Dragones Voluntarios de la provincia de Guayaquil. Lo que vino después fue la masacre del 2 de agosto de 1810.
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