Ney Dolberg es médico clínico con amplia trayetoria. Investigador y autor en temas de ciencias médicas y su relación con la conducta social. Es parte de la Red Nuevo Paradigma para la Innovación Institucional en América Latina.
La sociedad va cambiando en función de la producción de los nuevos descubrimientos, que van diferenciando los modos de vida de cada época, haciendo el diario vivir más cómodo y aumentando la calidad y los años de vida. Así, hace 10.000 años los seres humanos vivían un promedio de 30 años; hace 100 años el número subió a 45 años; y en la actualidad la expectativa de vida subió, salvo excepciones, hasta los 80 años.
La revolución tecnológica de la era digital ha afectado desde a los recién nacidos hasta a los ancianos de 90 y más años; nadie se escapa. La gran diferencia es la cosmovisión del mundo: mientras los primeros luchan por mantener y difundir sus verdades, los segundos se aferran a la realidad virtual de donde emergen otras verdades; aquellas que están fuera de la pantalla no existen o no son relevantes.
Una vez cubiertas las necesidades básicas, las expectativas de lo que aspiramos en la vida van cambiando de una generación a otra. Por lo tanto, los comportamientos de cada nueva generación influyen en su forma de pensar, emocionarse y, lógicamente, las formas de actuar de estas nuevas generaciones, llegando a denegar valores y creencias otrora inmutables.
Hasta hace 50 años se estimaba que una generación duraba 25 años en promedio. Ahora su duración llega a los 5 años, en función de los cambios rápidos de la tecnología. Hemos llegado en la época actual a sobrevivir los de la generación de la post-Segunda Guerra Mundial (baby boomers), los nacidos en los años 70 (generación X), los de los 90 (millennials), los de los 2000 (generación Z) y, hoy, la generación de los de los 2010 (alfa). De esta forma, un joven de 30 años tiene valores muy diferentes a los de su hermano de 23 años y así sucesivamente.
¿Qué decir de la relación de un baby boomer de 70 años con un alfa de 12 años? Sólo un sentimiento podría unirlos, porque en realidad no tienen mucho de qué hablar; la moralidad de cada generación es diferente y cualquier tipo de discusión podría terminar en conflicto. Un conflicto que se traslada desde el hogar hasta la calle, las instituciones, a los chats y toda la red, en donde se puede apreciar intolerancia, agresiones e insultos de todo tipo, así como desde recetas de cocina y política hasta pornografía.
En este choque de realidades, necesidades y aspiraciones entre las diferentes generaciones, que van apareciendo conforme avanza la nueva realidad virtual, para evitar caer en el aislamiento y la soledad, se van juntando los viejos con los viejos y los jóvenes entre sí, cortándose la comunicación inter-generacional.
En la nueva época en donde lo único importante es el mercado de la realidad virtual, manejado por algoritmos que dirigen gustos y preferencias, los viejos ya no son importantes para el consumo, por lo que son llevados a centros pre-mortuorios lejos de sus historias y contextos, cuyas categorías van de acuerdo con la realidad económica de cada uno; esperando su muerte lo más pronto para adquirir la herencia, o que mueran lo más pronto para que dejen de ser una carga.
El exceso de conectividad y la satisfacción de los “likes” por un lado y la falta de vínculos afectivos y cognitivos por otro, contribuyen a que la soledad y el vacío existencial aumente el número de trastornos emocionales y conductuales en niños, jóvenes y viejos, quedando a merced de los algoritmos que desde la nube nos acechan para convertirnos en compulsivos consumidores de sus productos: viejos sin historia ni contexto en su soledad, jóvenes nómadas sin idea sobre su futuro y niños llorones y ansiosos que sólo se calman frente a la pantalla.
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