En el trasfondo de la rica historia y las diversas interpretaciones de las Sagradas Escrituras, surge una pregunta que ha intrigado a muchos a lo largo de los siglos: ¿Cuál es el verdadero nombre del Hijo de Dios?

La búsqueda de este enigma nos lleva al Antiguo Testamento, específicamente al libro de Isaías, capítulo 7, versículo 14, donde se profetiza: “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emmanuel”. Este pasaje ha sido interpretado de diferentes maneras a lo largo del tiempo, dando lugar a debates teológicos y discusiones eruditas.

La profecía de Isaías plantea la expectativa de un Mesías, un salvador, cuyo nombre sería Emmanuel, que significa “Dios con nosotros”. Esta profecía, capturada en el Antiguo Testamento, sentó las bases para la creencia en la venida de un redentor.

Sin embargo, en el Nuevo Testamento, específicamente en el Evangelio de Mateo, capítulo 1, versículo 23, se interpreta esta profecía en el contexto del nacimiento de Jesucristo. Se afirma que Jesús es la realización de la profecía de Isaías, siendo él mismo la encarnación de Emmanuel, es decir, “Dios con nosotros”.

Así, mientras que la profecía habla de un niño llamado Emmanuel, el Nuevo Testamento establece que Jesucristo es el cumplimiento de esta profecía. Por lo tanto, “Jesús” es el nombre que ha prevalecido como el más comúnmente asociado con el Salvador en el contexto cristiano.

Este enigma teológico sigue siendo motivo de reflexión y debate entre eruditos religiosos y fieles devotos. Independientemente de las interpretaciones, lo que permanece constante es la importancia espiritual y la significancia histórica de este nombre, que ha inspirado a millones de personas en todo el mundo a lo largo de los siglos.