Inglaterra lideró en el mundo la Revolución industrial. Esa maravillosa transformación permitió a la humanidad por primera vez desde que pobló el planeta, aspirar a un crecimiento permanente y mejoramiento acelerado de la calidad de vida.
Inglaterra fue el imperio más poderoso del mundo a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Pero a pesar de ello, tuvo una industria automotriz que aún con un sinnúmero de marcas y modelos fabricados, maravillosos vehículos en cuanto a diseño e innovación y belleza, ha desaparecido y no queda ya ningún fabricante importante inglés en cuanto a volumen de producción.
Antes de la Primera Guerra Mundial, Inglaterra tenía más de 200 fabricantes de vehículos. Al día de hoy, voy a citar ciertos ejemplos. Aston Martin sigue produciendo maravillosos vehículos de alta gama, pero su actual dueño mayoritario es canadiense. Austin, marca icónica, pertenece hoy al grupo chino NAC y no fabrica un solo automóvil en Inglaterra. Bentley y Rolls Royce, las más lujosas marcas inglesas, están en manos de fabricantes alemanes, VW y BMW, respectivamente. A su vez, el más popular vehículo de la historia automotriz inglesa, el Mini, es también de BMW. Jaguar, otro coche inglés emblemático, que fue de Volvo, luego de Ford y hoy unida a Land Rover, está en manos del gigante indio Tata. Geely, grupo chino, es dueño de la fábrica que producía los tradicionales taxis ingleses. Ese fabricante chino tiene también la propiedad de Lotus, legendaria marca de grandes innovaciones tecnológicas y líder en su momento en la Fórmula Uno. Triumph y Vauxhall, en manos alemanas y de General Motors.
Errores gravísimos de diseño mecánico, que por orgullo inglés no se quisieron remediar, altos costos laborales, mala calidad de fabricación son parte de los problemas que llevaron inclusive a BMC, British Motor Corporation, dueña de las marcas Morris y Austin, entre otras, a desaparecer, lo cual en la década de 1950 habría sonado imposible.
Los éxitos no son los de los países poderosos, ni los fracasos son patrimonio de los países pequeños. Los éxitos y los fracasos son decisiones correctas o incorrectas que los países toman y ni un gran imperio, como fue el inglés, se libra de cometer errores, y muy graves.
Cuando esa industria se fue pulverizando no había globalización, ni tratados de libre comercio, ni ninguna de las cosas que los detractores de la realidad apuntan como causas del fracaso. Hubo errores propios de los ingleses, que acabaron completamente con su industria automotriz.
En Ecuador debemos entender y convencernos de que son siempre las decisiones las que cuentan. Aquí se apoyan actividades que no se deben apoyar, se abandonan actividades que merecen apoyo, se cometen errores como el de los subsidios, las prebendas laborales del sector público, la legislación laboral inadecuada del sector privado, y cuando las cosas fallan, volvemos al cuento de siempre: el imperialismo, la globalización, los tratados de libre comercio. Y no fue culpa de nuestra necedad e ineficacia, el populismo, la corrupción y la ignorancia.
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